Un estudio reciente de The Economist, señala que tanto Madrid como Barcelona se han convertido en ciudades más caras que Londres, lo que seguramente no es una gran noticia, ni para barceloneses, ni para castizos. Esta escala de carestía de las grandes ciudades, se mueve mucho más deprisa que la percepción popular, porque está influida por las cotizaciones respectivas de la moneda correspondiente. La libra ha bajado, en general, más que el euro y, en consecuencia, Londres se abarata. Sin embargo, las cosas son como son y aunque Barcelona o Madrid no den la imagen de ser más caras que Londres, ahora lo son.
La mayoría de las veces confundimos carestía con riqueza, pero la asociación no tiene demasiado fundamento. Caracas, que figura a continuación de Madrid en el ranking aludido, es, por ejemplo, más cara que Nueva York o que Chicago que, en consecuencia, son también ciudades más baratas que Barcelona o Madrid. No creo que nadie sea capaz de imaginar, a día de hoy, una Caracas más rica que Chicago, ni más limpia, ni más ordenada.
¿Pueden hacer algo nuestras ciudades para no encaramarse en escalas tan poco recomendables como esta? Claro que pueden. La responsabilidad mayor es, con toda evidencia, de las respectivas autoridades municipales. Debe ser muy duro ser alcalde y andar flojo de numerario, pero tendríamos que someter a dieta los presupuestos municipales. Antes se empleaba mucho la expresión “disparar con pólvora del Rey”, pero ahora tendría más vigencia aquello, ya tan viejo, de “¡pisa morena, que paga el Ayuntamiento!”. Los gastos municipales vienen siendo víctimas de un furor expansivo, de manera que los municipios se dedican a ofrecer toda suerte de servicios, en ocasiones sin demanda y sin uso, o con un uso prescindible, a mayor gloria de los titulares respectivos. A los alcaldes les iría especialmente bien aquella expresión de Hayek, “socialistas de todos los partidos”, porque han encontrado en un peculiar keynesianismo su manera de ganar adeptos. Así nos va.