Poco a poco, vamos comprobando cómo las Cajas de Ahorros han podido ser un auténtico puerto de arrebatacapas. Entiéndase, no trato de decir que los bancos sean instituciones ejemplares, y las Cajas inventos del demonio, no se trata precisamente de eso. La cuestión es que en las Cajas encontramos una especie de versión moderna del bandido popular, de esos que robaban a los ricos para repartirlo entre los pobres, solo que un poco al revés. Las Cajas han administrado, sobre todo, los dineros de gentes modestas, y no siempre han beneficiado a esas mismas gentes, aunque haya de todo. Han sido muchos los constructores, los amigos de los políticos, los personajes y personajillos de la vida pública, los que se han hecho con la parte del león. Es evidente que algunas Cajas no han caído en esas conductas, y que se han guiado por criterios más profesionales, pero otras muchas sí. Lo importante es que comprendamos que no pueden seguir existiendo unas entidades que manejan tanto ahorro popular, y que, en realidad, nadie controla, nadie salvo los que las administran. Como no tienen propietarios, ni se atienen a las leyes de las sociedades anónimas, las Cajas han podido ser el corralito de muchos políticos, el banco regional al servicio de los caprichos de la Autonomía que las tutelaba. Hay que acabar con todo esto, y no hay más remedio que hacer que las Cajas tengan dueño, respondan ante alguien, y dejen de ser juguetes políticos, coartadas para todo tipo de irresponsabilidades y paternalismos. A muchos les parecerá que esto es crudo capitalismo, pues que se le va a hacer. Lo que no me parece es que sea razonable que los españoles sigamos creyendo en el cuento de la buena pipa, en la función social de las Cajas, y en que los políticos no hagan otra cosa, como Bono, por ejemplo, que preocuparse de los problemas de los más débiles y humildes.