Un político autonómico del que se ha hablado con frecuencia estos días ha dicho de alguno de su oponentes políticos que «miente a sabiendas». Los políticos han llegado tan alto en esto de las artes de la mentira que casi estoy por suponer que quepa la mentira inconsciente, pero no llegaré a tanto. Ya me había sorprendido, más de una vez, comprobar que mis alumnos no acertaban a distinguir, y, menos aún, a explicarlo correctamente, entre decir una mentira y decir algo que no sea verdad. Es lo que tienen las simplificaciones, que, de vez en cuando, se quedan en mera chapuza.
El nivel de razonamiento verbal con el que se admite llegar a lo que fuere en política es cada vez más bajo, pero eso también nos refleja y nos califica a todos. Hace falta que cada uno sea algo más exigente con la calidad, limpieza y decencia en sus cosas, y de sus palabras, para que el país pueda entrar por una senda virtuosa en el lenguaje y en las acciones, para que nos den algo menos de vergüenza las exhibiciones de inteligencia, cultura y moralidad de nuestros políticos, de esos personajes tan vulgares que elegimos y nos representan.