Categoría: lenguaje político
Mentir a sabiendas
La política de las palabras
Políticos trasladadores
La lengua es un sistema que nos permite reconocer ciertas señales, por ejemplo, que una palabra que no abundaba empiece a comparecer más de la cuenta, o a usarse de manera inhabitual. Cuando esto sucede, podemos estar seguros de que hay gato encerrado, de que convendría consultar a Freud. Lo digo por la extrañeza que me produce la muy frecuente presencia del verbo trasladar en los discursos, por llamarlos de algún modo, políticos. Nuestro diccionario ofrece cuatro acepciones diferentes del término, las dos primeras con un inequívoco significado de cambio, en el espacio y/o en el tiempo, y las dos segundas relativas a los cambios de signos, entre lenguas (como traducir), o entre soportes (como copiar).
No recoge el Diccionario el uso político de trasladar para referirse a una idea o a un mensaje. Esa innovación lingüística me parece que oculta algún resorte. No quisiera pasarme de malicioso, pero cuando los políticos nos dicen que nos quieren trasladar algo, lo que nos están diciendo es que ese algo que nos trasladan no admite discusión, es tan inmutable como su voluntad de permanecer en el cargo que ocupen, salvo para acceder a uno mejor.
Trasladar no significa, pues, decir y, menos aún, argumentar. Se trata de algo que el político nos quiere colocar, transferir, su mensaje, su voluntad, sus órdenes, si fuere el caso. Nada hay en ese uso que implique diálogo, conversación o escucha: que el político nos traslade algo quiere decir que ya sabemos a lo que hay que atenerse, que no nos llamamos a engaño. No hay, ni siquiera información; es, más bien, un aviso, una advertencia, un recuerdo de quién es el que manda. Y, casi siempre, nos trasladan algo porque no acaban de poder trasladarnos a nosotros, lo que no deja de ser un consuelo.
La hipocresía política
Buena parte de la política española se puede considerar dirigida por una regla inicua formulada del siguiente modo: si sale cara gana el PSOE (o los nacionalistas) y si sale cruz pierde el PP. Hay que reconocer el mérito de quienes han conseguido que la tal regla no sea percibida como un disparate mayúsculo, que lo es, aunque la tal regla funciona de manera impecable. Pondré unos ejemplos recientes: pedir que la sanidad sea restrictiva con los que no la pagan es racismo y discriminación si lo propone el PP, pero pasa a ser una interesante reflexión si lo dice, como ha pasado, un jerarca socialista; no respetar el pacto anti transfuguismo es una muestra de la ambición desorejada, de hacerlo el PP, pero es un ejercicio de responsabilidad para con el pueblo cuando lo hace el PSOE, en especial si hay parientes de por medio; hacer favores a los amigos es corrupción si lo hace el PP, pero se queda en beneficio del ciudadano cuando es el PSOE quien lo practica.
Esta hipocresía selectiva es una consecuencia directa de que el PP haya aceptado, sin apenas protestas, ejercer su función en el marco cultural y lingüístico que la izquierda ha sabido imponer, bajo amenaza de identificación con un pasado fascista a quien se resistiese. Semejante poder no es ajeno al predominio mediático de la izquierda, pero tampoco es independiente de la inanidad intelectual y moral de algunos de los líderes políticos que se supone debieran defender posiciones distintas y emplear lenguajes propios. Muchas batallas se han perdido debido a que la izquierda ha sabido emplear términos que favorecían sus posiciones; la aceptación de que se pueda hablar del aborto, por ejemplo, en los engañosos términos de interrupción voluntaria del embarazo, ha favorecido primero una despenalización bastante hipócrita, puesto que ha dado píe a las prácticas abortivas ajenas a cualquier régimen jurídico, y favorece también la conversión del aborto en un supuesto derecho de nueva, y paradójica, generación. Cuando se realiza un aborto no se interrumpe nada, porque no hay nada que pueda reanudarse, que es lo que da píe a que se pueda hablar propiamente de interrupción; también es muy discutible la aplicación de voluntario al hecho de abortar, pero la conjunción de ambos equívocos resulta letal.
La hipocresía política en el tema del aborto se ha manifestado en todo su esplendor porque nadie puede defender sensatamente ni la situación actualmente vigente, ni, por supuesto, la nueva regulación; algunos dirigentes del PP han tenido la poca inteligencia de tratar de ocultarse tras un statu quo indefendible, precisamente para evitar el mal trago de establecer una posición clara en torno a este tema. Es esta la cobardía hipócrita que se adueña del lenguaje político, y su consecuencia es que se acabe beneficiando a quienes sí saben muy bien lo que quieren.
[Publicado en Gaceta de los negocios]