Es muy típico del debate público y político español el hablar y el hablar sin demostrar nada porque, entre nosotros, las razones tienen menos prestigio que los vozarrones. Estos días se está hablando con frecuencia de que Camps no parece tener las facturas de los trajes que supuestamente le han regalado. Como en materia de trajes es difícil batir a cualquiera de nuestras vicepresidentas, la primera, Doña María Teresa Fernández de la Vega, se ha apresurado a aclarar que ella se paga todos sus trajes (hasta aquí lo mismo que dijo Camps) y que, a diferencia de Camps, ella tiene todas las facturas (es decir, que lo dice), documentos que, por cierto, nadie le ha pedido hasta la fecha.
Pues bien, poseer una factura de compra no acredita el pago de dicha factura. Supongamos que un modisto español quiere agasajar a cualquiera de nuestras vicepresidentas, por ejemplo, para beneficiarse de que luzcan esplendorosos modelos capaces de incitar a la clase trabajadora, a esas mujeres que tanto las admiran, a hacer un esfuercillo, tan necesario en esta época de malas noticias económicas, para mejorar su apariencia y su fondo de armario. Bastaría para ello con que el sastre le hiciese llegar a la VP la factura junto al regalo, con una indicación de que se había pagado en metálico. Un pequeño problema de contabilidad para el sastrecillo ambicioso, pero apenas nada, y la regalada quedaría aparentemente cubierta. Otra posibilidad sería que el sastre pagase a las VP por lucir su modelos, aunque no sé si eso estaría contra la ley de incompatibilidades, pero me malicio que no.
El único procedimiento válido para comprobar que alguien ha pagado algo no es, por tanto, estar en posesión de una factura, sino mostrar un cargo en cuenta bancaria o tarjeta de crédito. En el resto de casos, dejemos que funcione la presunción de inocencia, pero sin ser tan inocentes como para pensar que la policía es tonta.