En términos políticos lo que se le pide a Zapatero significa su inmolación, algo más que la confirmación de que ya es cadáver. La verdadera pregunta es si Zapatero será capaz de un último sacrificio por su país y por su partido, de gobernar poniendo en práctica las duras medidas que no hay más remedio que adoptar. Ni siquiera Zapatero, que supongo seguirá siendo optimista, será capaz de imaginar que pueda sobrevivir políticamente a un trance tan desairado, tan rotundamente contrario a cuanto ha querido significar, a lo que se ha obstinado en prometer, a lo que se imaginaba capaz de ofrecer. No hay forma de saber cómo se adaptará a esta prueba de fuego que solo puede terminar con el presidente churruscado, haga lo que haga; si se deja, porque se deja, y si tratase de evitarlo porque añadiría el escarnio y el ridículo sumo a una derrota tan severa. Es posible que sea capaz de una cierta grandeza, un poco a la manera de quienes saben que su vida va a acabar en fecha fija y temprana. El caso contrario, supondría el reconocimiento de que estamos ante un Houdini de la política, un caso extremadamente improbable. Es mucho lo que hay que esperar de quienes le rodean, que sepan llevar el duelo con dignidad, que acierten a evitar dolores inútiles, lances de opereta. Pronto se verá.