Sexo, mentiras y cintas de video

El título de la estupenda película de Soderbergh me ha venido a la cabeza con motivo del último discurso del presidente del Gobierno ante el Congreso. El tema principal es la mentira, mucho empeño en crear una realidad paralela para seguir tirando, lo demás fuegos de artificio, otra maniobra de distracción en la que picarán coroneles torpes. El Gobierno ha superado hace ya tiempo la normalidad para convertirse en un auténtico caso: la explicación tendrá que ver con tuertos y ciegos, pero no voy a entrar en eso. 

 

Los españoles no parecen ser  plenamente conscientes de que la política del PSOE nos lleva, por emplear otra expresión cinéfila, a la tormenta perfecta, al desastre total. Una de las pocas virtudes del presidente es la audacia, pero la audacia sin prudencia se llama temeridad, y puede llamarse crimen. En una situación tan mala como la española, Zapatero persiste en errores que le son advertidos con alarma hasta por los suyos que conservan un adarme de buen sentido.

 

El uso orwelliano del lenguaje está quedando convertido en un juego de niños en comparación con el cuajo del Gobierno para cambiar el nombre de las cosas: Aznar es el causante de la crisis, la economía reverdece, los niños catalanes aventajan al resto de niños españoles en el conocimiento de la lengua común, vamos a superar la crisis con más gasto, y un sinfín de etcéteras que podrían argüirse y que harían patente que Humpty Dumpty era un mero aficionado en comparación con Zapatero a la hora de hacer que las palabras signifiquen lo que a él le pueda convenir.

 

Pero no solo las palabras se retuercen. Deberíamos ser muy conscientes de que el retorcimiento de las leyes es, ahora mismo, la técnica de gobierno más efectiva de la izquierda de que gozamos de manera aparentemente tan inmerecida. Bastará con recordar las ideas, por llamarlo de algún modo,  de Zapatero sobre el significado del término nación o los trabalenguas con los trasvases y las reconducciones. Tal vez el caso más notable y reciente sea el de la reforma de la financiación de la televisión pública, y el apoyo consiguiente para la fusión de las cadenas amigas, al tiempo que se tapa la boca de los tibios. Se modifica lo que haga falta de la legislación y las condiciones de los concursos de adjudicación, de manera que el resultado sea el que convenga al Presidente y a su partido. De esta manera se obtiene dinero de todos para el disfrute del clan gobernante, sin que los suyos se le escandalicen porque se lo impide el estado de feliz inconsciencia en que les ha hecho caer el arrobo. Si Zapatero no tuviese que ganar elecciones, podría hacer suyo lo que dijo el presidente de la SGAE, que no estaban aquí “para ser simpáticos”.

 

Es muy evidente que esta izquierda que nos gobierna no cree en nada, pero, a cambio, es audaz, es decir, cree en sí misma, lucha denodadamente por su intereses sin que nada se interponga en su camino, ni leyes, ni diccionarios, ni lógicas. Tiene un método de explotación política que funciona bien, y lo aplica sin rebozo porque posee reservas de buena conciencia y de hipocresía literalmente inagotables. El apoyo incondicional de los suyos, a los que, además de halagar el oído, riega con abundantes regalías, no parece flojear, por el momento, de modo que no hay motivos para cambiar de catecismo. La izquierda es, además, previsora y ya se ha dado cuenta de la cobardía y sumisión de la derecha, de que el pacto con los happy few, siempre al servicio del que manda a ver qué se saca, le resulta suficiente para tener a la derecha en una suerte de impotencia crónica.  Pero, por si acaso, la izquierda está empezando a practicar también la acción directa, como lo pone de manifiesto el reciente asedio a la Asamblea de Madrid. Si le salió a pedir de boca el cerco de Génova en plena jornada de reflexión (¡aquí no hay nada que pensar!), es lógico que ensayen diversas medidas de intimidación, si ven que algo se mueve: tienen para ello suficiente ejército de reserva en esa nueva clerigalla que vive de la sopa boba sindical.

 

¿Cuánto puede durar este sainete? Si de ellos dependiese, la temporada sería eterna. ¿Puede acabar con esta clase de espectáculos la oposición? Parece que Zapatero no tiene mucho miedo por esa parte, pero tal vez se equivoque. Lo que debiera ser  evidente es que, en buena lógica, el electorado tendría que movilizarse en una gran operación de rechazo hacia esta superchería continua e irresponsable, pero, hasta ahora, no lo ha hecho. No hay que descartar que la cosa acabe haciendo realidad las teorías acerca de la cólera del español sentado, aunque para eso puede faltar todavía más tiempo del disponible. En medio de estas incógnitas, una democracia demediada y sin vitalidad se desangra. Como los conejos de la fábula, agonizamos discutiendo sobre galgos y podencos, en lugar de movernos en todas direcciones para que los cuentistas de este chapucero retablo de las maravillas tengan que salir por piernas del escenario.


[Publicado en El Confidencial]