Lo que no ha hecho este Gobierno



Hoy he visto a Zapatero en la televisión, ¿dónde si no? proclamando que la labor de este gobierno está siendo combatir la crisis que otros han creado. No deja de ser sorprendente esta capacidad para aislarse de modo tan radical de la realidad circundante, de lo que ocurre en Alemania o en Estados Unidos, en casi todas partes. Claro que también he visto a un periodista que decía, sin muestra alguna de estar bebido, que en España están fracasando las fórmulas de austeridad. Decididamente, hay que ser masoquista para seguir teniendo, como a mi me ocurre, interés en la política, en un juego que se juega con tales cartas. Si quieren consolarse un tanto, como yo he hecho, pueden ver el video que les recomiendo y que me ha enviado un amable lector: reírse es siempre bueno, aunque sea de uno mismo.  
Consiga usted que una imagen del cerebro le de la razón

Sorprendente Zapatero

Si tuviese que decir lo que realmente pienso de Zapatero me vería en un aprieto. No me refiero a que pudiera cometer un delito o algo así, sino a que realmente este hombre me deja más de una vez en suspenso, turulato. El juicio que tengo de él es muy volátil, porque tan pronto me parece un estratega brillante, y un tipo especialmente taimado, como se me antoja un auténtico insensato, o lo veo como un simple y un pretencioso, como una broma del dios de los azares políticos. Su última actuación a propósito de lo que son y no son parados y del servicio que prestan al país, es como para pensar que nuestro presidente es un deficiente mental, cosa que no puedo acabar de creer, aunque no se muy bien cuáles puedan ser las razones por las que se me hace imposible creerlo. Me escama, además, que ZP reserve buena parte de sus hallazgos para comparecencias en el extranjero y entiendo que tal coincidencia no puede ser fruto de la mera casualidad. Zapatero se crece frente a las barreras idiomáticas, y no deja de sorprender en la única lengua que, aparentemente, domina.
Tendría que preguntarle a Baroja que seguramente podría dar de él una descripción definitiva e imborrable, pero don Pío, como se sabe, no tuvo la fortuna de llegar a conocerle. En su ausencia, me conformaré con verle, a ZP, claro, como un personaje de escaso peso los lunes, miércoles y viernes, y como un diablillo ignorante el resto de los días de la semana, pero les confieso que no consigo quitarme de la cabeza la sospecha de si mi juicio sobre el personaje no mostrará fehacientemente que no entiendo nada del mundo en el que vivimos.

En el corazón de Europa

Valiéndose de sus innegables cualidades como simplificador, ZP prometió a los electores llevarnos al corazón de Europa. Esa promesa tenía un aspecto bifronte, porque en ella se podían leer dos posibles intenciones. Lo más obvio era interpretar que España volvería a jugar en el redil europeo en lugar de tratar de clasificarse en las ligas transatlánticas, esto es, olvidarse del amigo americano y volver a las cortes de París y Bonn, más a la primera, por supuesto, porque queda más cerca, y es como más de izquierdas que los alemanes. El segundo significado era el envés de esta promesa un poco absurda, a saber que dejaríamos de intentar nada que pudiera ser distinto a los designios de nuestros mayores, de franceses y alemanes.

La creencia en que los intereses de España se ven mejor protegidos cuando nos plegamos a los deseos de nuestros vecinos más poderosos es realmente curiosa, porque no puede fundarse en nada. ZP intentó explotar las últimas gotitas de europeísmo seráfico que quedaban por España y que les parecieron a algunos un auténtico manjar frente a los insensatos que pretendían asomarse al exterior. De todas maneras, aquello ya es agua pasada. Me parece que sería injusto negarle a ZP su éxito al colocarnos en el corazón de Europa, cuando es evidente que los jefes ya no se molestan ni en llamarnos cuando tienen algo resolver, tan seguros están de nuestra lealtad que no los hacemos falta para nada. Me temo que puedan proponer que ZP sea presidente vitalicio de Europa, dada su perfecta claridad de criterios y su escasa propensión a molestar a los que mandan, que ya tienen a Van Rompuy para que les haga los recados. La presidencia de Zapatero está siendo absolutamente ejemplar, discreta, virtual, funcional, serena y silenciosa. Nadie espera más de él. C’est magnifique!

Además, y como de propina, nunca la prensa europea se ha ocupado tanto de nuestros asuntos: no hay día en que el The Economist o el Le Monde o el Financial Times no nos pongan de ejemplo, e ¡ncluso el Wall Street Journal se hace eco de nuestras políticas! Estamos efectivamente, en el corazón de Europa, en el ojo del huracán, somos la salsa imprescindible de cualquier banquete: deberíamos sentirnos orgullosos y agradecidos a este líder que ha conseguido tanto con tan poco.

El enigma Zapatero



Un sabio y viejo amigo, que no creo que haya votado nunca lo mismo que yo, me manda testimonio de un antiguo Diccionario marítimo español en que se puede leer una definición de “zapatero” («dícese del que maniobra, o ha maniobrado mal o no entiende la maniobra») que le cuadra admirablemente al falso leonés que nos gobierna.

No quiero exagerar, porque mi amigo es uno de esos raros liberales de izquierdas, o eso creo, pero me parece que no me hubiera mandado esta definición hace un par de años, aunque a mi me habría parecido igualmente casual y precisa.

Sobre ZP circulan varias versiones extrañamente incompatibles. Para aclararnos, las reduciré a tres. Está la versión siniestra que lo considera como una especie de demonio decidido a causar el mal de los españoles; existe también una versión, digamos, benigno-cínica que lo imagina como un tipo iluso y con gran capacidad de camuflaje. El mejor retrato de esta segunda versión es el que le ha hecho en El líder patológico, un escritor de blogs enormemente mordaz, Benjamíngrullo, que he tenido el placer de conocer gracias a otro genio, a Santiago González.

La tercera versión sobre ZP, lo considera, simple y llanamente, como un incompetente, es decir, tal y como dice el Diccionario, como un tipo que no entiende lo que se supone que está haciendo.

Yo abogaría por una visión sintética, sin olvidar las contradicciones en que forzosamente se habría de incurrir. Cualquiera de esas versiones tiene un factor común realmente notable: hay que hace lo que sea para librarnos del personaje. Los que debieran tener más interés son los que todavía le sostienen. Por eso el envío de mi amigo me parece esperanzador.

Una entrevista sorprendente

El presidente del gobierno ha concedido una entrevista a Javier Moreno, director del El País. A la vista de sus respuestas, se impone una pregunta: ¿qué esperaba Zapatero al conceder la entrevista? Porque la pieza deja al presidente en una posición escasamente confortable, dado el tenor de la conversación y la naturaleza realmente esperpéntica de algunas respuestas. Por escoger algo representativo, me fijaré en una par de cuestiones que aparecen enlazadas.

Le interroga el periodista: «La peor cifra de paro del PSOE será mejor que la mejor del PP». ¿Lamenta ahora esa profecía?” Y nuestro presidente responde:Vamos a esperar. Vamos a esperar. Hombre, es difícil, ¿no?” El periodista, un tanto perplejo, le comenta: “Difícil, no. Es imposible. La mejor cifra del PP fue diez y pico…” y entonces, el presidente, que no se calla ni debajo del agua, le dice: “El once y algo. Todo es según la óptica con la que se adopte. Es verdad que hemos tenido ahora dos años muy malos para el empleo, pero no es menos cierto que veníamos de cuatro años muy positivos para el empleo, y debemos tener ahora la…” Un reproche a la exageración supuestamente pro-aznarista del director de El País seguida de una divagación zapaterina, una maniobra de distracción a la que Javier Moreno responde adecuadamente: “De cuatro, no, de 12”, para contrarrestar la pretensión del falso leonés que pretendía apropiarse del crecimiento, y entonces se produce el milagro verbal, el resplandor surrealista, porque ZP dice, nada menos, lo siguiente: “Bien, hablo de manera singular, porque éstas son las paradojas que uno vive, ¿no?”

Un tipo que habla de manera singular y que vive tales paradojas, no es de este mundo. Tal vez sea eso lo que sigue atrayendo a sus electores, su condición etérea, paradójica, sentimental, su sutileza sin matices, su angelical hipocresía. Los más escépticos pensamos en otras causas, como la mala calidad de la alternativa, pero ZP parece que piensa seguir cultivando sus encantos, aunque hasta el director de El País se quede patidifuso ante algunas de sus respuestas.

Lo que España no quiere escuchar

Un artículo de Alejo Vidal Quadras en la Gaceta de hoy llama la atención sobre una carta que nadie quiere escribir, sobre los problemas de los que no se quiere hablar. Creo que habría que corregir un poco al brillante analista, y decir que esa carta sí se escribe, él mismo lo ha hecho hoy, pero son pocos los que escuchan, los que quieren oír la gravedad de lo que está pasando, en política y en economía, y tomarse en serio lo que oyen.

Quien no lo hace nunca es el presidente del gobierno, porque en lugar de ocuparse de lo que debiera, se ocupa de seguir en lo suyo, aunque haya ingenuos que piensen que pudiera no presentarse a las próximas elecciones. Zapatero está demostrando ser un maestro consumado en el arte de manejar a los españoles, porque nunca nadie ha conseguido nada con tan poco. Es el indiscutible campeón en el arte de engañar al tiempo que se halaga; nadie le aventaja en ese oficio ni se acerca a su maestría. Quienes piensen que pueda creer en algo de lo que dice tienen mucho trabajo por delante para entenderle, porque no es fácil encontrar una categoría en la que colocarle.

¿Qué dice a los españoles? Que nunca pasa nada, que todo se arregla con el tiempo, que la culpa es de otros, que no nos armemos líos innecesarios con la lógica, que no nos tomemos en serio ninguna de nuestras preocupaciones. Este personaje es el ideal para que los españoles continúen ignorando lo que les pasa, eso que ya decía Ortega que nos pasaba hace muchas décadas.

Lo terrible es que es modelo de política irresponsable ha hecho escuela, y que la oposición parece conformarse. Ya puede desgañitarse don Alejo, que mientras los españoles no vean el país hecho trizas y sin remedio preferirán seguir escuchando al flautista. Muchos creen que eso es precisamente la democracia, una especie de nirvana, y ZP es un coach inmejorable para esta clase de ejercicios: empezó con el talante y acabará con la ataraxia, es un ingeniero del alma, un verdadero poeta.

Coming Up for Air

[El gran jefe Seattle, según aparece en

Nuestro simpático presidente ha dado la nota en la cumbre copenhaguesca. Se ha sentido aventado, le ha dado un aire, aunque no se ha airado, porque el viento no ha podido con su talante. Como resulta imposible no repetir cualquiera de las cosas que se han dicho sobre su chusca intervención, gastaré unas líneas en trazar una interpretación más benigna. Me parece que ZP creía estar comentando al indio Seattle; da igual, porque, aunque yo encuentre más concomitancias con una historia de Orwell, es muy probable que no conociese directamente ninguna de las dos posibles fuentes.

Nuestro líder es una especie de letraferit, aunque me temo que en versión de usuario de servicios de un Speechwriter, una especie de poeta de guardia convencido de que, como decía José Antonio Primo de Rivera, aunque seguramente ni ZP ni su Speechwriter lo sepan, a los pueblos los mueven los poetas. En estas estábamos cuando nuestro presidente se sentía agobiado con el egoísmo universal y necesitado de decir algo; estaba como sin aire, y resolvió subir a por aire, como en el título de la novela de George Orwell que, aunque denunció el totalitarismo, todavía puede ser citado sin desdoro por un progre.

En Coming up for Air, Orwell nos cuenta la historia de un hombre que se ahoga con un futuro incierto y recurre a refugiarse en su infancia, en los recuerdos. Esta es también, me parece, la clave de la memoria histórica, otro invento zapateril de gran consumo. El viento que enloquece a los más le sirve a ZP para encaramarse a la lírica. En esa tesitura nos suelta sus sermones y hay que ser muy malvado o muy cínico para no resultar conmovido.

Algunos desalmados han dicho sentir vergüenza por esta salida lírica del dirigente de izquierdas, como si la izquierda hubiere de renunciar al dulce consuelo de la sensibilidad herida para ser, simplemente, una especie de ciencia. ZP ha superado hace mucho esa falsa disyuntiva, y practica una especie de marxismo-ecologismo-literario y cañí que no le está dando malos resultados.

Hay una tercera referencia literaria implícita en el discurso zapateresco, un eco que nos remite, nada menos, que a Shakespeare y a Marx, a esa frase sapientísima, que se insinúa en La tempestad de Shakespeare, y que califica al capitalismo en el Manifiesto comunista de Marx, según la cual, “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Este Zapatero, erudito por cuenta ajena y gesticulante por virtud propia, que es capaz de mezclar en apenas cinco palabras parejo caudal de sabiduría, es también capaz de transformar el viento de la locura en una suave brisa poética, ese es su carisma más envidiado, y, por ello, es una voz única que hay que saber escuchar con silencio reverencial porque, de lo contrario, vuelve a recordarnos a Fray Gerundio.

Hay que saber leer a Zapatero. Es una especie de Quijote resabiado que no se enfrenta con los leones (lo prohíbe su religión de la tierra y el viento), pero no porque le asusten, sino porque cree más educativo salir corriendo. Es una lección que el mundo entero debiera aprender, y, además, deprisa. Tal vez no salgamos de la recesión, pero no se podrá negar que vamos mejor que nadie en retórica barroca.

Ésta, pese a que les duela a algunos, es mercancía que les gusta mucho a todos los que piensan que, si son ignorantes, lo son a su pesar. Es una retórica que tiene su público, así que no se olvide que el presi es un cuco que no da puntada sin hilo.

Opiniones trinitarias

Una de las acusaciones que más se han hecho a Zapatero es que sus ministros son meros secretarios, que no hay otra política que la suya. No abono la pertinencia de la crítica porque creo que el impetuoso caudal de la política socialista se nutre de varios afluentes ministeriales sin los que, en justicia, es imposible explicar algunas de sus grandes hazañas.

No tengo dudas de que la enorme personalidad política del presidente eclipsa a algunas de las figuras que le acompañan en el Gobierno, pero tampoco me parecería justo ignorar el potencial que aportan las ministras y los ministros, como ellos dirían. Una de las estrellas rutilantes de la constelación gubernamental es, sin duda alguna, la Ministra de Sanidad quien ya ha dejado diversas muestras de su empuje en las distintas responsabilidades que ha desempeñado. Su imagen juvenil y fotogénica se presta a facilitar que observadores prejuiciosos pasen por alto el talento y el poderío intelectual de Trinidad Jiménez.

Tras meses de oscura y silenciosa lucha contra un maléfico virus al que ha dejado reducido a la nada, la Ministra ha podido, finalmente, asomarse al campo abierto para formular nuevas metas sanitarias. La sanidad puede parecer, al pronto, un asunto casi técnico, pero se trata, en realidad, de una de las grandes políticas y solo los muy sagaces saben verlo con la debida precisión y nitidez. Trinidad Jiménez ha oteado el horizonte y ha emitido un diagnóstico certero que rompe con los tópicos complacientes al uso. Nuestra Ministra se ha dado cuenta de que, bien por ignorancia, bien por cobardía, la política sanitaria estaba tolerando un auténtico y silencioso holocausto. Cientos de miles de personas, millones de seres humanos han de soportar todavía esa plaga maligna del humo tabaquil, ese silencioso sembrador de cánceres y de innumerables síndromes maléficos que se nos cuela día a día en los pulmones como consecuencia del inmoderado consumo de tabaco de los españoles.

Trinidad Jiménez ha emitido un veredicto sabio y ponderado sobre el fondo de una cuestión tan palpitante y se ha propuesto erradicar el humo de todos los lugares públicos, sin excepción alguna. ¡Sabe Dios cuántas vidas se salvarán gracias a este valiente propósito de la Ministra! El gran hallazgo de Trinidad Jiménez no se ha quedado en pergeñar una nueva ley para resolver un viejo problema; eso sería lo que hiciese un Ministro corriente, pero Trinidad da para más, de manera que no se ha limitado a eso. Ha entrado decididamente en el recóndito lugar en que se discuten las grandes opciones de la democracia, el porvenir del gobierno representativo y otras cuestiones nada menores para hacer un par de aportaciones de antología. Sus análisis muy bien pudieran iluminar el resto de legislatura, de modo que, con toda probabilidad, un par de docenas de asesores del Presidente, estarán analizando a fondo las opiniones trinitarias para sacar de ellas cuanto las preña.

La Ministra, cual Ulises posmoderno, se ha atado firmemente al palo mayor de las convicciones y ha dicho: “se trata de protección de la salud”. No ha tenido que decir más porque todos comprendemos inmediatamente que, ante tamaño desafío, todas las energías son pocas. Ya va siendo hora de que nos demos cuenta de que ante la protección de la salud no valen las medias tintas. Hay mucha demagogia en eso de defender las libertades individuales: ¡orden es lo que hace falta! Orden, educación de la ciudadanía y ausencia de tabaco en los espacios públicos y estaremos ya casi en el Paraíso.

Bien, pero lo importante, insisto, está en el análisis político del asunto, un tratamiento del tema que permite resolver, de una vez por todas, la madre de todas las objeciones al poder ordenador de la ley sobre las conductas privadas, sobre esos cotos de excepción que siempre reivindican los ricos, los neoliberales y gentes aún peores, si los hubiera. Jiménez lo ha visto con inusitada acuidad. Sus declaraciones han sido pasmosamente clarividentes. Ha dicho, nada menos, lo siguiente: “En la medida en que consigamos consenso político, conseguiremos consenso social». No hay más remedio que rendirse ante la potencia de este análisis, de este portento de ciencia política. Ya era hora de que se dijesen estas cosas con claridad. Es el consenso político el que fuerza el consenso social, y no al revés. Son los políticos los que iluminan la vida oscura y soez de los ciudadanos, su invencible idiocia.

Señores: ha nacido una nueva estrella en el paupérrimo y escasamente brillante páramo de las ideologías, doña Trinidad Jiménez. Su pensamiento nos ha permitido imaginar un futuro realmente espléndido, muy lejos ya de los vicios y las tendencias perniciosas del pasado. Dejémonos de pensar, que ya lo harán los políticos por nosotros; dejemos de discutir, que para eso están ellos. Votemos a los buenos, y ya no habrá más de qué hablar: ¿se imaginan qué dicha abandonarse al gobierno sigiloso de los sabios?


Publicado en El Confidencial

Entre la opereta y el escarnio

El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se distingue del de Felipe González, entre otras cosas, en que no acierta ni cuando rectifica. La portentosa serie de despropósitos que han conducido a la humillante situación en que se encuentra la activista saharaui varada en Lanzarote solo se podrá superar, con esfuerzo, por lo que suceda en los próximos días.

Cuesta trabajo encontrar un ejemplo, incluyendo los casos literarios, en que haya mayor contraste entre la solemnidad de las proclamaciones y la ridiculez de los actos. Me corrijo; para los que recuerden las historias de Tintín, puede que Hernández y Fernández exhiban una colección más amplia de dislates, pero no conviene olvidar que ellos solían ejecutar el desatino en pareja, mientras que Zapatero lo hace todo él solito, porque sus ministros no pasan de meritorios o, en el caso de la Vice, de figurantes con frase.

No es necesario remontarse a otras calendas, para enumerar una lista de disparates realmente insuperable: el apoyo a la investigación suprimiendo las ayudas que la hacen posible, el rescate del Alakrana, que se paga y no se paga, la economía sostenible que se queda en puras palabras, una regulación de la red que incluye y rechaza, a la vez, el cierre de páginas web, los crucifijos que no se retiran pero ya se verá, los brotes verdes que se adelantan y se retrasan, el diálogo social que consiste en no decir nada, el programa de la presidencia española de la UE que produce risa floja, la crisis en la que nunca entramos y de la que ya estamos saliendo, y un largo etcétera que cualquiera puede ampliar sin esfuerzo.

Me parece imposible que no aumente de manera vertiginosa el número de ciudadanos estupefactos y que estarían dispuestos a salir corriendo, si tuvieren algún sitio al que poder ir. No hay más remedio que recordar la pesimista reflexión de Cánovas que recoge Pérez Galdós: “son españoles los que no pueden ser otra cosa”.

El mérito de esta incomparable situación no puede quedar solo en las manos de su principal protagonista. Sería notoriamente injusto privar de este éxito clamoroso a dos colaboradores necesarios para que se sostenga la insólita duración del esperpento.

En primer lugar a los ciudadanos que lo aplauden, entre los que hay que destacar a aquellos que tienen responsabilidades muy específicas y que, por las razones que fuere, no ejercen. Siempre que se habla de las instituciones, se olvida que las encarnan personas, aunque ellas no suelen olvidarlo. Se me permitirá una anécdota: el otro día cené con un amigo más de derechas que el palo de la bandera (vamos, de los que cree que Franco pecó de liberal, como se está viendo) que, por una de esas rarezas de la vida española, es amigote de un juez archifamoso; contó como el magistrado dice que en España puede hacer lo que le dé la gana, naturalmente sin riesgo alguno. Estos individuos, que saben beneficiarse de la tontuna reinante, son mucho menos responsables que el resto, que los que, simplemente, admiran lo que ZP tiene de Fray Gerundio de Campazas, alias Zote, una conducta que me voy a resistir a calificar por un mínimo respeto a sus personas. Decía Russell que los elegidos no pueden ser nunca peores que quienes los eligen, y tenía mucha razón.

Pero, como en los crímenes, hay otros cooperantes necesarios de este sainete que nos desangra. Me refiero, obviamente, a la oposición, al núcleo dirigente del PP con su líder a la cabeza. Se nos contestará que van por delante en las encuestas, faltaría más. Pero, por si no lo saben, cada vez son más lo que creen que una victoria del PP tampoco servirá para nada, y lo creen a la vista de la inanidad de su posición, que oscila entre el desgañitarse sin venir mucho a cuento, y el mirar para otro lado. El PP está encerrado en sus cuarteles, desde los que dispara sin mucho tino y cuando apenas hay riesgo, esperando que el pueblo acuda para llevarle en volandas a la Moncloa. Vana esperanza. Para su desgracia, cada vez son más los que piensan que es preferible vivir con rabia contra el enemigo, que tener que defender al amigo necio.

Confiados en que las elecciones se pierden en lugar de ganarse, y hay que reconocer que saben del caso, olvidan que esa misma esperanza lela, me temo que aconsejada por el mismo experto, sirvió para que los socialistas ganasen en 1993, casi en 1996, en 2004 y en 2008. No cuento las fechas anteriores al 93 porque entonces el barco del PP estaba en manos de Fraga y de Gallardón que siempre han sabido ser una autentica garantía para el contrario.

En política no se hace nada grande sin ilusión, sin esperanzas, sin entusiasmo, sin ambición, sin programa, sin convicciones, sin dar la cara y la batalla. Las tácticas de descuido que sirven para robar la cartera no debieran emplearse para ganar la confianza de una nación digna. Y, menos aún, cuando el enemigo es experto en las artes del escamoteo.

[Publicado en El Confidencial]

Política y ficción

Un grupo de amigos me han invitado a un debate que mantienen a través de la red sobre las relaciones entre ficción, realidad, novela e historia y cosas así. He leído lo que han escrito con interés, aunque no haya encontrado grandes novedades, puesto que, por suerte o por desgracia, en este tipo de cuestiones casi todo está ya pensado. Me parece que el debate se suscitó, sin embargo, a partir del intenso desagrado de todos ellos con el tipo de prensa de que disponemos en España, una sensación de hastío que es muy difícil no compartir. Justo en el momento que terminaba de leer su sabrosa correspondencia, me tropecé con un titular de El Confidencial que decía: “ El negocio de los periódicos impresos sigue en barrena. Los diarios de papel no levantan cabeza: caen un 13% en octubre”, y no tuve otro remedio que pensar que, en este asunto, se estaban aliando, de modo admirable, el hambre con las ganas de comer.

Las dificultades para hacer que una nueva generación de lectores en red sigan siendo adictos a la lectura de los periódicos de papel son enormes en el mundo entero, pero aquí se unen a la inequívoca sensación de parcialidad y de arbitrariedad que dan nuestros rotativos. No es que, por decirlo a la manera clásica, se confundan las opiniones con los hechos, no; hemos llegado a un punto en que es evidente que muchos medios de información españoles han perdido cualquier ética informativa, y que lo único que buscan es ayudar, al precio que sea, a quien les convenga. Los únicos hechos que cuentan son los intereses del medio, y la doña que se ocupa de estas cosas desde la Moncloa ha confeccionado medidas realmente venenosas para la escasa libertad de información de que disfrutábamos.

En estas condiciones, leer un periódico, o conectarse a un determinado canal, es un acto de afirmación en los prejuicios de cada cual, que apenas tiene nada que ver con el deseo de informarse. La situación es realmente alarmante porque es enteramente imposible que una democracia sin periódicos pueda subsistir. A cambio de democracia, lo que tenemos es una parodia en la que los que tienen el poder en las manos no pasan jamás por ningún aprieto. Aquí no solo hay una monarquía exenta de responsabilidades, ante Dios y ante la historia, sino que ese lugar privilegiado se ha ampliado para que puedan caber en él los que manejan el cotarro con envidiable soltura.

Se ha repetido hasta la saciedad el tópico de que los españoles hemos heredado una tradición cainita, pero me parece que, sin negar el cainismo, en parte atenuado por un cierto bienestar material escasamente usual entre nosotros, lo que nos caracteriza, mejor que el odio al enemigo. es la subordinación sistemática de la verdad a los intereses y la conveniencia. Los españoles tenemos un alto nivel de aclimatación a la mentira, a la doble moral, a la hipocresía; nuestra tradición católica y nuestra cultura barroca nos hacen muy tolerantes con formas que sabemos vacías de cualquier contenido, con la mendacidad, el disimulo, el fingimiento y la figuración. Aquí ni se desprecia ni se detesta al mentiroso, sino que, en el fondo, se le admira la habilidad para vivir del cuento.

Tampoco es que nuestra especialidad sea la lógica; las incoherencias, especialmente si tienen algún brillo, nos parecen más atractivas que un discurso honesto pero aburrido; nos gusta más el halago que la crítica y llegamos a confundir la adulación con el respeto. Esa moral de fondo no ha tardado en llegar a las esferas de la política y, ahora mismo, lo inunda todo. La democracia comenzó con un cierto nivel de exigencia ética que terminó de manera abrupta cuando se comprobó la facilidad con la que la izquierda se acomodaba al tren de vida y a la cultura del poder que era habitual entre nosotros. Es ya cosa vieja, pero habría que recordar a Felipe en el Azor, y a Guerra cogiendo un Mystère desde Portugal para llegar a tiempo a una corrida de toros en Sevilla. Hasta entonces todavía se daban mítines a campo abierto para tratar de convencer al respetable de que era mejor votar a la izquierda, o a la derecha, por estas o aquellas razones.

Ahora todo eso ha quedado reducido a pavesas. Rajoy soltó en las elecciones un discurso incomprensible y cursi sobre una niña, al parecer siguiendo estrictamente las recomendaciones de algún menda supuestamente experto en mercaderías electorales, y, ya puestos, si las cosas parecen irle mal monta una convención en la que no pasa nada más que lo que le conviene. En medio de una crisis sin precedentes en la historia de España, el presidente y su partido tuvieron a bien organizar el pasado fin de semana una patochada memorable que incluía una especie de desfile de políticos por la pasarela. Lo que realmente asusta es que los periódicos se sumen a esta clase de liturgias como si en ellas se ventilase algo realmente, que se acostumbren a que las noticias se creen a gusto de los que mandan. Así estamos,… ¡y luego dicen que el pescado es caro…!