El Gobernador del Banco de España, persona más acostumbrada a decir lo que piensa que a pensar lo que dice, ha afirmado que «España debe extraer lecciones del caso griego», combatir el déficit público, y reformar el mercado laboral para sanear la economía.
No creo que al Presidente del Gobierno, atado al timón de la nave y dispuesto a no sucumbir frente a la tempestad, le hayan sonado bien estas reflexiones del deslenguado Fernández Ordóñez. Supongo que habrá pensado en que estas cosas pasan cuando se nombra para un alto cargo a quien no te lo deba todo. Es un problema del talante, que a veces designas a personas lenguaraces, y poco propicias al trabajo en equipo. El presidente seguramente pensará que la desafección intelectual del listillo de turno, se debe a la soberbia típica de quienes se creen más que los demás, ese tipo de gente que no entiende la utilidad de pensar de manera conjunta con los que mandan, en armonía con el gran timonel; un claro ejemplo de infortunio, especialmente molesto en horas complicadas, ahora que estamos a punto de abandonar la crisis: ¡Con la cantidad de personas dispuestas a obedecer sin rechistar que hay en las federaciones socialistas!
Lo del gobernador ya no tiene remedio, dicho está. Pero el Presidente, que es hombre de natural reflexivo, se habrá acordado seguramente de ese dicho, más profundo de lo que parece, que afirma la extraña y súbita propensión de las abuelas a la fecundidad en los momentos de abundancia de bocas y escasez de munición.
¿Sacará ZP las lecciones de la crisis? Al oír la expresión alusiva a las lecciones, el Presidente se ha acordado con gran nitidez de las lecciones que prometió darle, en unas tardes, uno de esos ministros que ya no lo son. Otro caso fatal de mala suerte, porque el ministro metido a pedagogo presidencial no pudo acabar su tarea.
La hipótesis más probable sobre lo que sucedió con esas lecciones tan publicitadas, me parece la siguiente. El señor Sevilla pensó que sería razonable dividir el mini-curso en dos partes, y que la primera se debiera dedicar al gasto público: cómo hacerlo, cómo incrementarlo, cómo distribuirlo. A fe que el alumno monclovita se aprendió bien esta parte del programa, porque no hay color entre su capacidad de gasto y la de nadie que le haya precedido. Sus dotes innatas para el expendio son dignas del mayor encomio, y las lecciones del profesor Sevilla le han permitido gastar con elegancia, y sin estruendo, de manera que nadie, ni siquiera el señor Rajoy en uno de sus ataques de insultos, ha podido llamarle tacaño. Lo malo del caso es que, debido a las infinitas ocupaciones del presidente en el ámbito galáctico de sus competencias, el curso se hubo de interrumpir de manera indefinida, cuando estaba a punto de entrar en la parte de la financiación, de los ingresos, incluso de la sostenibilidad, palabra que le suena de miedo al presidente, pero que no hubo manera de abordar con un mínimo de calma. Esta situación académica del señor Zapatero debería darnos que pensar, pero no siempre se cae en este tipo de cosas. Acuérdese el amable lector de un caso similar, me refiero en cuanto a la estructura demediada de la docencia: me refiero a la extraña actitud ante las lecciones de vuelo que exhibieron los pilotos del 11-S, una gente que no parecía tener la mínima preocupación por el aterrizaje, cosa realmente poco común, y que, sin embargo, no despertó la sospecha de los instructores.
Tampoco es enteramente evidente, ya puestos a ello, que siempre se haya de encargar a las mismas personas hacer al tiempo dos cosas contrarias: la especialización seguramente resultaría mejor. El caso del 11-S bien pudiera sugerirnos la conveniencia de especializar a unos pilotos en despegues y a otros en aterrizajes, evitando así que puedan confundirse de maniobra. Me parece que ese es el caso de nuestro presidente, un gastador ejemplar al que puede resultar enteramente inútil pedirle que haga economías, dadas sus dotes para los gastos rumbosos. Digo esto, porque mucho me temo que el gobernador del Banco de España sea un malandrín que esté dando a entender que para sacar lecciones de la crisis debiéramos prescindir de los servicios de un especialista tan consumado en el dispendio. Algo parecido dijo el señor Solchaga hace unos días, se ve que crece el número de los que se creen con derecho a opinión en el partido monolítico.
Se podría reservar al señor Zapatero para emplearlo en la próxima ocasión en que vuelva a haber superávit, no sería ninguna mala idea. Tranquilo con la idea de que podría volver en cuanto quedase algo en la caja, cedería amablemente el paso a alguien que se la llenase. Lo que me parece ilógico es que pretendamos encargar a un tipo tan dotado para las iniciativas ambiciosas, inconcretas y caras, el inicio de una época de austeridad, de restricciones injustas y antisociales. Es inútil, y además es cruel. Se trata de una idea insana.