La hipocresía política

Buena parte de la política española se puede considerar dirigida por una regla inicua formulada del siguiente modo: si sale cara gana el PSOE (o los nacionalistas) y si sale cruz pierde el PP. Hay que reconocer el mérito de quienes han conseguido que la tal regla no sea percibida como un disparate mayúsculo, que lo es, aunque la tal regla funciona de manera impecable. Pondré unos ejemplos recientes: pedir que la sanidad sea restrictiva con los que no la pagan es racismo y discriminación si lo propone el PP, pero pasa a ser una interesante reflexión si lo dice, como ha pasado, un jerarca socialista; no respetar el pacto anti transfuguismo es una muestra de la ambición desorejada, de hacerlo el PP, pero es un ejercicio de responsabilidad para con el pueblo cuando lo hace el PSOE, en especial si hay parientes de por medio; hacer favores a los amigos es corrupción si lo hace el PP, pero se queda en beneficio del ciudadano cuando es el PSOE quien lo practica.

Esta hipocresía selectiva es una consecuencia directa de que el PP haya aceptado, sin apenas protestas, ejercer su función en el marco cultural y lingüístico que la izquierda ha sabido imponer, bajo amenaza de identificación con un pasado fascista a quien se resistiese. Semejante poder no es ajeno al predominio mediático de la izquierda, pero tampoco es independiente de la inanidad intelectual y moral de algunos de los líderes políticos que se supone debieran defender posiciones distintas y emplear lenguajes propios. Muchas batallas se han perdido debido a que la izquierda ha sabido emplear términos que favorecían sus posiciones; la aceptación de que se pueda hablar del aborto, por ejemplo, en los engañosos términos de interrupción voluntaria del embarazo, ha favorecido primero una despenalización bastante hipócrita, puesto que ha dado píe a las prácticas abortivas ajenas a cualquier régimen jurídico, y favorece también la conversión del aborto en un supuesto derecho de nueva, y paradójica, generación. Cuando se realiza un aborto no se interrumpe nada, porque no hay nada que pueda reanudarse, que es lo que da píe a que se pueda hablar propiamente de interrupción; también es muy discutible la aplicación de voluntario al hecho de abortar, pero la conjunción de ambos equívocos resulta letal.

La hipocresía política en el tema del aborto se ha manifestado en todo su esplendor porque nadie puede defender sensatamente ni la situación actualmente vigente, ni, por supuesto, la nueva regulación; algunos dirigentes del PP han tenido la poca inteligencia de tratar de ocultarse tras un statu quo indefendible, precisamente para evitar el mal trago de establecer una posición clara en torno a este tema. Es esta la cobardía hipócrita que se adueña del lenguaje político, y su consecuencia es que se acabe beneficiando a quienes sí saben muy bien lo que quieren.

[Publicado en Gaceta de los negocios]

Wilberforce y el aborto

Les recomiendo una película excelente: la magnífica Amazing Grace de Michael Apted, una producción de 2006 que nadie había traído por aquí, a saber por qué. Un caso raro, porque aunque de tema político, su protagonista no es un revolucionario al uso, sino un tipo valiente, constante y astuto que sabe que no merece la pena vivir estando disconforme con lo que se cree.

William Wiberforce se empleo a fondo, con la ayuda del luego primer ministro, William Pitt, el joven, en una durísima campaña para acabar con el negocio de los navieros británicos que trasladaban a los esclavos africanos en condiciones de extrema crueldad. La campaña duró cincuenta años, pero consiguió el acta de abolición de la esclavitud en 1807 y la prohibición del tráfico de esclavos en 1833, poco antes de morir. Acabo ganando, porque tenía razón.

Como soy mal pensado, he supuesto que una de las razones del retraso en exhibir esta magnífica película es que permite una analogía muy fácil con la lucha contra el aborto, una batalla que no ha hecho más que empezar. En Inglaterra a nadie se le ocurrió decir que Wilberforce, que era persona muy piadosa, estaba contra el tráfico de esclavos “por razones religiosas”. También es verdad que nadie defendía el tráfico con motivos hipócritas, sino como un excelente negocio para algunos del que se beneficiaban muchos. Aquí, como corresponde al imperio del miedo y del disimulo, algunos defienden lo indefendible argumentando que el aborto es nada menos que un derecho, un razonamiento que no se le vino jamás a la boca al más despiadado de los defensores del esclavismo.

No se me ocultan las diferencias que hay entre ambos temas, ni creo que ninguna mujer vaya a abortar por el capricho de ejercer un derecho, pero creo que no se debieran olvidar las obvias similitudes, la lucha contra la conciencia endurecida, el empeño en buscar soluciones legales, la necesidad de ir ampliando sin cesar el círculo de los que comprenden que esta conversión del aborto en un derecho es algo de lo que habremos de avergonzarnos más pronto que tarde.