Hoy he pasado buena parte de la jornada a bordo de un tren, de Córdoba a Atocha, y de allí a Pamplona. He viajado cómoda y descansadamente, he podido leer y, sobre todo, he podido ver esa España que solo se ve desde el tren, esos paisajes húmedos y hermosísimos de Córdoba, de Ciudad Real, esos pueblos inverosímiles, de Guadalajara y de Zaragoza, varados en un pasado que nunca volverá, pero dignos y admirables.
Pese a lo mucho que me gusta el tren, no he podido evitar una sensación de congoja al comprobar cómo, en todo el día, un día laborable, no he visto un solo tren de mercancías en marcha, Es verdad que las líneas de alta velocidad son de ancho internacional y exclusivas para viajeros, y ese es uno de sus errores, pero pasan junto a estaciones de ancho español, en las que no se ve nada que se mueva, y, además, el viaje a Pamplona se hace usando parte de la red convencional.
El descenso de nuestro tráfico de mercancías es espantoso, no tiene igual en todo el mundo. Los españoles, es decir nuestros políticos, nos hemos convencido de que la alta velocidad es lo que se necesitaba, y hemos abandonado por completo lo que mejor nos hubiera venido, el potenciar el transporte de mercancías por ferrocarril. Se podría aprovechar el parón que se avecina en la inversión para abrir un debata sobre este punto. Tenemos trenes de lujo, no cabe duda, pero le estamos dando la puntilla al ferrocarril razonable, al interés de un transporte de mercancías que se podría mejorar mucho sin tan grandes inversiones. No sé si estamos a tiempo de rectificar, pero deberíamos hacerlo incluso a destiempo.