Conforme a nuestro aprecio barroco por la palabrería, muchos españoles padecen una creencia especialmente boba, la de que las palabras cambian las cosas, como si no existiera el refrán sobre la mona y la seda. Otros, tal vez no tan ingenuos, ni tan descaminados, profesan la convicción de que si se consigue imponer un sistema de denominaciones, se impondrán las realidades que se consideren implicadas por ese lenguaje. No negaré la importancia de este tema, pero me gustaría llamar la atención sobre la cantidad de estupideces que se pueden cometer al amparo de una creencia semejante.
Ahora, algunos han puesto de moda llamar la roja a la selección española de fútbol, a la selección nacional de fútbol, al equipo de España, las tres maneras razonables y apropiadas de denominar al equipo que representa a España en el Campeonato Mundial de Fútbol, un torneo en el que compiten equipos nacionales. Como ahora tenemos un equipo que promete se trata, me parece a mí, de desvincular al máximo el equipo de lo que de hecho representa en ese torneo, de España, que es quien juega. Es más que probable que tras esa denominación estúpida se oculten los que no quieren ni oír hablar de España o de la nación. Lo que ya no encuentro tan razonable es que el resto de españoles que no sufrimos dolencias raras ni espasmos al oír esos nombres les tomemos la palabra y hablemos también de la roja. Me temo que, al tratarse de un eufemismo imbécil, pueda acabar teniendo éxito, pero no será con mi beneplácito.
Seguramente esos mismos que ahora enrojecen sus palabras dirán luego, si al equipo no le fuere bien, que España ha fracasado, eso con lo que sueñan todos los días, una tarea con la que colaboran entusiásticamente muchos que no debieran hacerlo, pero la estupidez tiene estas cosas.