Barcelona se ha adelantado a Madrid, aunque por poco, en utilizar la publicidad para promover un ateísmo supuestamente ilustrado. Un colectivo de ateos y librepensadores se ha hecho responsable de esta insólita campaña y, como las tonterías son muy fértiles, ya ha habido quien ha puesto en marcha la campaña contraria. Como hay que ser muy necio para pensar que la gente pueda creer o descreer en función de unos slogans, y no cabe suponer que gentes agudas y sutiles como los de ese colectivo de librepensadores sean tan poco avisados, habrá que pensar en que la campaña se debe a muy otras razones que las filosóficas. Supongo que, para empezar, como ocurre con todas las campañas, se trata de salir del anonimato y ver si alguien regala algún espacio gratuito que conceda ese minuto de gloria, terrenal, por supuesto, al que tiene derecho cualquier librepensador que se precie.
Se trata de política, no de teología. Vivimos en sociedades en las que el que no se mueve no sale en la foto y gente tan valiosa como los ateos publicitantes, gente capaz, por ejemplo, de leer un libro inglés, o, al menos, de haber oído que se ha escrito, ha debido pensar que ya era hora de que fuesen tenidos en cuenta por los poderes públicos, tan dados últimamente a la sumisión al Vaticano.
Además, los ateos comunicativos quieren que se sepa que, pese a la Navidad y otras engañifas teológicas, son gente muy dichosa y que nos desean a todos una vida ausente de prejuicios y entregada a los infinitos motivos de placer que adornan la vida de cualquiera y que la malhadada religión nos impide disfrutar. O sea, la chispa de la vida. Los ateos ilustrados quieren liberarnos de una dirección espiritual que produce toda clase de molestias y convertirse en unos coach más modernos y tolerantes para que nadie tenga ni miedo ni conciencia. Pretenden crear una raza nueva, porque son ateos genéticos y nos ofrecen un mundo feliz. El que se queje es que realmente es muy cenizo.
[publicado en Gaceta de los negocios]