Es posible que al leer estas líneas, los ecos del Barça/Real Madrid hayan eclipsado la gresca política por el editorial de la prensa catalana. Sobre este último se ha dicho ya todo lo que se pueda imaginar. Es seguro que los dimes y diretes del fútbol van a llegar más lejos, y que su variedad será mayor, entre otras cosas porque habrá quien trate de juzgar con ecuanimidad. ¿No sería posible encontrar unas reglas políticas de juego limpio para que la disputa histórica, por llamarla de algún modo, se encauce de manera razonable? El Madrid y el Barça siempre quieren ganar, pero, al menos, admiten que juegan a lo mismo, y tratan de hacerlo lo mejor que pueden, de manera que, aunque a veces se demonice a Guruceta o al que toque, la sangre no llega al río, porque saben que el juego es cosa de dos,.. y del árbitro.
Podemos ver el editorial catalán como el intento de forzar una solución, arbitraria e imposible para los no nacionalistas, o como un problema, lo que no puede negarse, ni por unos ni por otros, por nadie.
El fútbol nos ilumina a la hora de lidiar con problemas de este tipo. ¿No ocurrirá que lo que hace que una liga se pueda mantener, pese a las pasiones desatadas, es que los intereses comunes (y los sentimientos, las ambiciones, las tradiciones, y mil cosas más), son mayores que las diferencias, aunque éstas sean las que le dan sabor a la refriega?
La política es también un juego desde el punto de vista lógico, y uno de esos juegos que no siempre tienen solución precisa, por lo que hay que recurrir al árbitro y a su autoridad para decidir en las trifulcas que, de otro modo, acabarían con él. Al juez se le puede intimidar, hasta cierto punto, pero tiene la sartén por el mango, y el buen sentido de los contendientes suele saber cómo no pasarse de la raya.
¿Podríamos dejar de denostar al árbitro constitucional? Tras su sentencia, habrá pitos y aplausos, pero la pugna seguirá, porque nada acaba, que es de lo que se trata.