La política de los cielos

[Imagen de portada de la página web de la NASA]



Aunque el asunto sea sobradamente complejo como para que yo hable de él, me parece que Obama le ha metido un buen recorte al programa espacial americano. Como es lógico, siempre que se hace algo así, los políticos dicen que se aumenta el presupuesto, pero ya veremos. La noticia me ha recordado un comentario que dediqué ya hace años a Story Musgrave una especie de astronauta filósofo que hizo unas declaraciones sobre los de su oficio que me parecieron muy clarividentes.

Resulta que mientras, como cada día, nos movemos velozmente de acá para allá, un grupo de astronautas pasean sobre nuestras cabezas. Al parecer, investigan y hasta filosofan a su modo en los ratos libres que les deja el minucioso trato que requiere su casa volandera. Uno de estos superhombres, Story Musgrave, que ya no volará más, planteó a sus 63 años una serie de interrogantes sobre los designios celestiales. En su opinión el programa espacial necesita unos minutos de sosiego para dejar de conducirse por la inercia ciega de un gasto monumental y de unas fantasías seguramente agotadas. No sé si Obama ha tenido en cuanta el parecer de Musgrave, pero lo que ahora se está haciendo con la Nasa, sea acertado o no, responde a ese replanteamiento.

Cree Musgrave que la política y la aventura han dejado paso a la burocracia y el show-bussines, una combinación más frecuente de lo que se sospecha. Los cohetes siguen siendo los de Goddard y Von Braun y el transbordador una nave frágil que no es ni carne ni pescado. La meditación de Musgrave es tan interesante como insólita, porque hay proyectos a los que nunca se les toma la medida ni en gasto ni en sentido.

Se podría considerar casi como una ley general que cuando en una empresa del saber –y la tecnología siempre lo es- hay que recurrir a la propaganda, es que lo que se hace ha perdido en buena medida el interés que nos llevó a meternos en harina. La decepción que, en el plano personal, se puede transformar en sabiduría de la vida es letal, sin embargo, para las empresas colectivas. Sea para mejorar los remedios del cáncer, sea para acercarnos a las estrellas necesitamos una mística, una razón de fondo. Y necesitamos también una esperanza, que se alimente en la creencia de que, poco a poco, vamos avanzando. Cuando faltan ambas, cuando la burocracia se instala en el corazón del proyecto, llega la hora de la mentira, el momento de las añagazas, de hacer creer que se cree en lo que se está haciendo. Y es difícil creer en lo que se hace cuando, como dice Musgrave, se olvida uno de las cuestiones de fondo, aquello en que son especialistas las burocracias.

Ahora parece que se quiere reorientar el trabajo de la NASA, pero se hace difícil ahuyentar la sospecha de que las medidas tengan más que ver con la crisis económica que con la reflexión. De cualquier manera, no está mal que, al menos de vez en cuando, se pongan en cuarentena los planes que pudieran estar viviendo únicamente del dinero que gastan en convencernos de que nos hacen falta. Cuando Kennedy lanzó la carrera espacial, propuso una meta para la nación, porque había que superar a los rusos; ahora no se sabe bien qué es lo que se puede pretender y los políticos se fijan en que hay que adelgazar los programas porque pintan bastos, pero hará falta algo más que eficiencia para proponerse la conquista de los cielos.