Llevo una semana ingresado en un buen hospital privado de Madrid. Si no se tuerce nada saldré, Dios mediante, en los próximos días bastante mejor de lo que entré. La cirugía ha hecho progresos espectaculares, y la amabilidad del personal es casi proverbial, de modo que, si fuera solo por ello, habría sido una estancia muy grata. Pero ha habido un nubarrón, un fallo tan común como inexplicable. Las habitaciones del Hospital, amplias, cómodas, limpias y acogedoras, no tienen acceso a Internet, como pasa, por lo demás, en la mayoría de hoteles, restaurantes y lugares públicos de nuestro país.
Yo lo he echado en falta desde que se me pasaron los efectos de la anestesia, pero mis hijos, que han pasado largas horas junto a mí, lo han lamentado todavía más. La verdad es que resulta incomprensible que haya instalaciones de la importancia de un hospital que no caigan en la cuenta de lo absurdo que resulta carecer de este servicio. Hoy es inimaginable que haya hoteles sin agua corriente, o sin luz, aunque cuando el Ritz se inauguró en Madrid, hace ahora un siglo, tenía doscientas habitaciones, pero solo 100 baños. Algunos parecen considerar tolerable que hoy haya hoteles, u hospitales, sin Internet. Este es algo que debería cambiar a toda prisa, pero no lo hará, para desgracia de todos en este viejo e ineficiente país. Que no haya conexión, o que el hotel, por si solo o en compañía de una de nuestras multinacionales, me refiero a Telefónica, por si hay dudas, pretenda sacarnos seis u ocho euros por unas horas de conexión es completamente tercermundista, intolerable. Creo que los internautas debiéramos adoptar una actitud muy clara, a saber, no alojarnos en establecimientos que no ofrezcan conexión o que pretendan cobrarla en plan miserable, como si fuera un extra para viciosos.