Los Reyes Magos me trajeron un libro que ahora estoy acabando de leer, Gödel para todos, de Guillermo Martínez y Gustavo Piñeiro. El libro es interesante aunqiue peca, a mi entender, de un didactismo algo pesado que no acierta a combinar el rigor con la amenidad, tal vez sea imposible. El terreno que separa a los especialistas del público en general es amplio, pero muy confuso y es difícil acertar con cosas originales, interesantes y valiosas, aunque claro es que si no se intentan es imposible.
Lo que me lleva a hablar del libro aquí no es tanto su tema, Gödel, como uno de sus capítulos que dedican a recordar la cantidad de memeces que gentes supuestamente respetables han dicho amparándose en la certeza de que la mera mención de Gödel les dotaría de una respetabilidad intelectual de la que realmente carecían, Esto de hacer decir a otros lo que se supone que queremos decir nosotros es un vicio muy tonto, juvenil y muy extendido, pero lo que ha ocurrido con personajes como Kristeva, Virilio, Serres, Lacan o Lyotard va más allá de ese vicio tonto y se adentra de lleno en la sinvergonzonería más descarada. Ya hace mucho que Sokal desmontó de manera muy efectiva esta clase de mixtificaciones de intelectuales de supuesto prestigio, aunque los autores de este libro son más comprensivos con lo que consideran ligerezas apresuradas de estos personajes, y hasta creen ver que apuntan a algo, aunque no se hayan tomado el trabajo de determinarlo con cierto rigor. Estos jóvenes argentinos son muy comprensivos, especialmente con Lyotard, pero, francamente, yo me moriría de vergüenza si alguien encontrase en algunas de las páginas que he emborronado ejemplos similares de oportunismo intelectual y de cara dura. Los fantasmas están bien en los castillos, modelo clásico, y en las tabernas, modelo hispano, pero deberían de abstenerse de sus hábitos fanfarrones cuando se trata de pensar.
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