Dice Ortega, en La idea de principio en Leibniz, que una de las peores cosas de este mundo es la casi-ciencia, y no puedo estar más de acuerdo. Aunque Ortega no se refiera en ese pasaje a la casi-ciencia hoy más de moda, al cientifismo, porque está hablando de Santo Tomás y de su forma de entender la relación entre ciencia y fe, hay muchas formas de casi-ciencia y todas son bastante lamentables, pero seguramente la más necia de todas ellas es la que pretende profetizar la ciencia, continuarla con la imaginación, dar por hecho lo que apenas puede ser tomado como una idea sugerente que habrá que investigar a fondo, y otro tipo de enormidades de este estilo, es decir la ciencia como ideología y como dogma, una auténtica contradicción en los términos. El éxito de la casi-ciencia cientifista se apoya, como todas las generalizaciones indebidas, en la credulidad del público, en la malversación de esa forma de literatura que irritaba a Wittgenstein, la divulgación científica. Son los periodistas, que suelen entender muy poco de casi todo, y no tanto los científicos los que promueven las formas más perniciosas de esa clase de divagaciones pretenciosas. En último término, lo que s ya el colmo, es la ciencia convertida en religión de descreídos, ¡por Dios, qué mal negocio!


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