Los muertos y desaparecidos en Japón son decenas de miles, y en Occidente especulamos sobre el humo negro que sale de un reactor. Ha habido un tonto que ha hablado de Apocalipsis y varios memos más que han acusado al gobierno japonés de mentir. Me recuerda el dicho de un amigo: «a Noé le vas a hablar tu de diluvios»: quién les habrá hecho creer que podríamos considerar más fiables sus neuras y bellaquerías que a la ejemplar serenidad de unos japoneses arrasados pero decididos a hacer lo que hay que hacer, a aguantar, a sobreponerse a una naturaleza cruel, y a una opinión internacional absolutamente venal, y tan acostumbrada a la estupidez que ya no es ni siquiera capaz de distinguir lo que importa, lo que es admirable. No servirá de nada, pero quiero dejar un testimonio humilde, admirado, sincero y envidioso por la calma y el vigor de los japoneses, con su gobierno a la cabeza, por la solidaridad y la dignidad con la que han afrontado una desgracia a la que algunos quieren añadir un morbo necio y completamente innecesario.