Los sucesos de Barcelona tienen un inconfundible aire hispánico, mal que les pese a los muy catalanistas que se imaginan no españoles, y, con ello, dan, a su manera, una potente muestra de la españolía más rancia. Repasemos lo de Barcelona y díganme si no recuerda la España más negra, las escenas terribles de los desastres goyescos. Para empezar un President que no se atreve a entrar al Parlamento como debiera, y cruza la calle en helicóptero, sin que le importe que un diputado de a píe, y ciego por más señas, haga el mismo recorrido acompañado de su perro guía, exponiéndose a que los revolucionarios le arrebaten el can, cosa que no ocurrió de milagro. Siempre ha habido clases en Barcelona, el President por los aires, el ciego a calcetín y perro. La férrea jerarquía de la partitocracia distingue con nitidez entre la seguridad del baranda y la protección a un mero comparsa, a una figura de reparto. Cobardía y ostentación en un mismo acto, no se puede pedir mayor ridículo a una escena pretenciosa que explica por si sola el distanciamiento de la gente.
De los activistas, no digamos nada, forman parte de nuestras más recias tradiciones de ignorantes y atrevidos, de coléricos sin tasa, de arbitristas borrachos y consentidos. ¡Qué espectáculo!
El Chromebook ya está aquí
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