Hoy se lleva mucho hablar del debate, de algo que, en realidad, no hubo, porque todo fue demasiado comedido y cortesano como es casi inevitable cuando los antagonistas tiene mucho que perder y poco que ganar. APR está en ser secretario general del PSOE y tiene que ser agresivo al modo clásico, y MR sigue con lo suyo: llegar a Moncloa… y ya veremos. Por eso me parece que es más interesante hablar de Rubalcaba y de sus ancestros.
No es necesario ser un observador sutilísimo para notar que el PSOE se siente perdido, pero, por si quedaba algún tipo de duda, con el mitin sevillano del pasado sábado se ha hecho evidente que Rubalcaba, puesto a preferir entre un desastre y un disparate, se queda con lo más vetusto, esperando que la memoria haya dulcificado hasta la obnubilación el recuerdo de los desmanes que protagonizaron, al principio a dúo bien concertado, luego en duradera desavenencia, Felipe González y Alfonso Guerra. En realidad se le podría reprochar a Rubalcaba no haberse acordado del estrellato de interior, de sus colegas Barrionuevo, Vera y Corcuera, el de la ley de la patada en la puerta, un gran amigo de las libertades, por no mencionar a Roldán, esas gentes tan entrañables y eficaces que Felipe no tuvo ningún empacho en acompañar hasta la puerta misma de la cárcel. Hay que reconocer que no es fácil escoger entre los errores de antaño y los de hogaño, pero Rubalcaba prefiere Guerra a Leire Pajín, aunque esa preferencia del político supuestamente astuto se ha hecho presente cuando la alicantina no estaba delante, porque no hace mucho que Rubalcaba declaraba exultante sentirse muy tranquilo porque el futuro de España iba a quedar en manos de gente tan competente y moderna como la ministra Pajín.
No se puede negar, por tanto, que Rubalcaba evoluciona al apostar por la desmemoria frente al disparate prolongado del zapaterismo del que ha formado parte inseparable. No en vano Rubalcaba es el nexo de unión de lo peor de ambos socialismos, del paro abrumador del 96 y del galopante de 2011, que allá se andan, de la corrupción de Roldán y de Filesa, con los apuros en que se encuentran tantos compañeros de ahora mismo por meter la mano donde no deben, y eso que la Justicia siempre acude presurosa a tapar los vergüenzas de estos pájaros.
Hace ya mucho tiempo que se sabe que socialismo no es otra cosa que lo que hacen los socialistas, y que eso está sometido al imperio de la moda y de la circunstancia. Ahora se ve que no hace falta talante ni diseño, que se quiere recurrir a la pana, aunque, la verdad, Felipe desdice un poco de esa imagen de progre sin un real en el bolsillo, y al improperio de grueso calibre de Guerra que se gusta imaginar en dura lucha contra la religión y contra el sistema, cuando han sido sus cuates socialistas quienes han sido dueños del sistema nada menos que dos de cada tres años de democracia, y los únicos que han implantado algo similar a una Inquisición laica con su indoctrinamiento en los colegios, su moralina de género, y con su sañuda persecución a cualquiera que tuviese una idea propia, algo distinto que decir. Es posible que los muy jóvenes no tengan presentes en la memoria las imágenes de ignominia que protagonizaron los viejos socialistas durante largos años, y que el recurso a esos viejos y zurrados fetiches del imaginario izquierdista no le haga mucho daño a la campaña de Rubalcaba; lo que es seguro es que Rubalcaba piensa que es mejor arriesgarse a reducir el socialismo a las recetas del abuelo Cebolleta que empecinarse en defender los logros de sus recientes gobiernos. Hay que reconocer que se puede parecer una decisión clarividente en alguien que conserva el mínimo de conciencia para reconocer que no es fácil escoger entre el hambre y las ganas de comer, entre el desastre que es ya historia y el disparate del que trata vanamente de distanciarse.
Rubalcaba olfatea el desastre y no repara en medios: si estará desesperado que ha encargado a estos viejos dinosaurios que proclamen que él, Rubalcaba, ha derrotado a ETA: Felipe y Guerra están achacosos, pero no han perdido desvergüenza.