Divididos tras la derrota, y a la espera del finiquito

El Congreso del PSOE no ha tenido a bien emitir ninguna clase de información sobre lo que vaya a ser su política; en esa ausencia de explicaciones podría verse un cierto desdén hacia los electores, que lo hay, sin duda, pero lo que realmente explica ese mutismo ideológico es el hecho de que el socialismo ha dejado de ser algo coherente y que pueda explicarse sin temores. Hace ya tiempo que es imposible de todo punto definir a los socialistas con los recursos clásicos de la teoría política, y en consecuencia, ha sido necesario recurrir a una definición extrañamente circular de esa política según la cual, socialismo no es otra cosa que lo que hacen los socialistas. El problema de una definición tan de andar por casa, es que los socialistas llevan décadas haciendo cosas distintas y contradictorias, a veces en una misma legislatura, como ha ocurrido con Zapatero.
De hecho, la tentación de Rubalcaba ha sido definirse como alguien distinto a Zapatero para acentuar el parecido de su rival con el singular líder anterior, ahora convertido, según parece, en voluntario inspector de nubes: se trataba de ganar, y los delegados han demostrado, al menos, la inteligencia suficiente como para entender que elegir a una lideresa capaz de presumir de fidelidad al zapaterismo podría resultar excesivo.
Está claro, por tanto, que van a tratar de hacer algo distinto a lo hasta ahora visto, y el felipismo del Gal y las Filesas siempre puede ser un fondo inspirador, aunque al precio de olvidarse de su patético final. Nadie, tampoco Rubalcaba, está en condiciones de saber qué podría ofrecer ahora el PSOE, más allá de unas políticas con cierto aire contestatario y vagamente radical para congraciarse, con el electorado perdido. Parodiando un viejo y escasamente piadoso chiste, cabría decir que el mejor negocio del mundo consiste en comprar a un socialista por lo que hace y venderlo por lo que dice que hace. Este es el negocio que parece haber querido hacer el nuevo líder del PSOE al tratar de vender su nueva ejecutiva, pero su éxito no ha sido clamoroso, ya que no ha convencido ni siquiera a la totalidad de los inmediatos beneficiarios de  la operación. 
El veterano secretario general no lo va a tener fácil, porque tras hacer cánticos a la unidad y poner en la presidencia a Griñán, uno de sus rivales más encarnizados, que se caerá del sitial el 26 de marzo, su primera propuesta a los más comprometidos y cercanos no ha superado el listón del ochenta por ciento de los votos. Son más que los que él obtuvo, pero muestran muy claramente que un largo veinte por ciento de los delegados no quieren que se interprete que se sienten representados en la nueva ejecutiva, una curiosa mezcla de habituales e insignificantes, en la que están claramente ausentes las personas con una mínima capacidad de opinión propia.
Con la moral típica de los partidos, Rubalcaba tratará ahora de que el PSOE parezca una balsa de aceite para afrontar de la mejor manera posible la crucial cita del 25 de marzo en Andalucía. Si la cosa sale mal, hasta el más fanático reconocerá que este Congreso no ha servido para otra cosa que para demostrar lo muy divididos que están respecto a qué se haya de hacer en el futuro y a quiénes se quedan con la bandera antaño victoriosa. Será la hora del finiquito, y solo un improbable milagro les librará de trance tan doloroso. 
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