En sus orígenes, la ciencia económica estuvo muy ligada a consideraciones morales; ahora, puede parecer que la economía se haya alejado por completo de esa perspectiva, pero es un error creerlo así. La razón de que tendamos a desvincular economía y moral es doble: el carácter técnico, impersonal y anónimo que parecen haber adquirido las transacciones dinerarias, y la errónea sensación de abundancia y riqueza que nos han dado las técnicas monetaristas, el dinero muy barato. Hay, sin embargo, un aspecto en el que es necesario ser algo más simple de lo conveniente para no comprender que sigue existiendo una relación muy estrecha entre el dinero y la libertad. Cuando contraemos una deuda, perdemos independencia y, cuando lo hacen las naciones, pierden parte de su soberanía, aunque sean los amos del mundo, mucho más si, como nos pasa, no lo somos.
Aquí suele entrar en juego una determinada, y corrupta, concepción de la democracia que afirma que tenemos derecho a lo que queramos, que nuestra soberanía es total, que podemos hacer leyes, cambiar costumbres, decidir cuanto se nos antoje y, en último término, de las piedras pan, pero no es el caso. Y no lo es porque la realidad sigue existiendo y suele cobrarse el precio de la necedad, mucho más cuando resulta que esa realidad tiene cara y ojos en las personas y las instituciones que nos han prestado un dinero no únicamente para ayudarnos, sino para ganarse legítimamente un interés. Está claro que podemos hacer como que no vamos a pagarlo, que podemos amenazarles, y que eso les hará poca gracia, pero es de tontos engañarse, porque cuanto más debamos, menos independientes seremos, incluso si nos hacemos peronistas, que es lo que parece que ansían algunos. Si quieres ser libre, no gastes más de lo que puedas pagar.
Jueces guay
Jueces guay