Tal vez tenemos un exceso de sentido del ridículo, pero muchos catalanes parecen haberlo perdido. Esa manifestación espontánea de apoyo a Mas en la puerta de su Palacio, esos aires de individuo que se inmola en aras de la patria gran, su solemne promesa de abandonar el cargo tras cruzar el Rubicón, todo eso tiene un aire de farsa innegable. Pero las farsas pueden acabar en tragedia si las protagonizan los tontos y las consienten los cobardes.