Que unas elecciones en Cataluña interesen a toda España no se debe, únicamente, a la habilidad de los secesionistas para convertirse en un problema mayor de los españoles. La razón está en que Cataluña lleva siendo, desde hace más de cien años, una pieza fundamental de la realidad nacional española y un protagonista principal de nuestra historia política. Esto puede gustar o no gustar, pero es una realidad, y es poco sensato tratar de ocultarlo. Esa presencia ha resultado conflictiva, excepto, por razones obvias, en el largo paréntesis franquista, y eso tampoco es algo que vaya a desaparecer haciendo magia.
Se dice, muy frecuentemente, que el asunto catalán no se comprende bien, que hay por medio sentimientos de tratamiento difícil, cosa más discutible, pero que tampoco convendría olvidar. La consecuencia de todo esto es que los españoles que se interesan por la política se ven en la necesidad de definirse frente a Cataluña, una necesidad que es bastante más intensa que con Asturias, Andalucía o Canarias, y eso puede parecer un problema, pero la política está, precisamente, para tratar con los problemas.
En el debate de la II República se enfrentaron los análisis de Azaña y de Ortega, y es obvio que Ortega tenía razón, que el problema catalán no se puede resolver, hay que conllevarlo. En casi cuarenta años de democracia hemos aprendido que el intento de una autonomía sin apenas restricciones, no ha servido para acabar con el secesionismo, de manera que esa conllevanza, que disfrazaba un intento de solución, no ha servido de mucho, por no decir de nada.
¿Qué se puede hacer? No hay que rendirse, que es el punto en el que los secesionistas parecen haber avanzado más, logrando que crezca un “que se vayan” irracional, y tontamente españolista. Nuestra mayor ventaja es que los secesionistas no congenian con la democracia, y eso significa que saben que no pueden ganar, que para separarse de España están dispuestos a acabar con la libertad.