En las buenas películas nadie se fija en cómo se han hecho, y siempre son un montaje. Ahora, la corrupción nos impide ver su revés, y, sin embargo, la calma para enjuiciar es más necesaria que nunca. No gastaré ni una línea en defender a quienes o son responsables o son memos, al dejar que algo como lo que ahora ahoga al PP haya ido llegado a estallar en una explosión de mierda, pero es importante caer en la cuenta de lo que ha hecho posible semejante vómito. Algunos querrían para la corrupción un remedio bíblico, pero ni está en nuestras manos, ni parece inteligente desearlo.
Hay que ir a la raíz política, y es doble, una en primer plano, otra más de fondo. En España se ha permitido que los partidos sean agujeros negros, zonas en las que no imperan ni la ley ni los principios. Esto tiene arreglo, y son muchos los que desean que lo tenga. Hay que acotar su funcionamiento para que cumplan su papel constitucional y dejen de sentir la tentación de situarse por encima de la ley, como ahora sucede en la práctica. Hace falta una legislación que garantice su respeto a los derechos y las leyes y que ventile sus más que oscuras estancias. Es el interés de todos, pero también el de los muchos dirigentes dignos y reflexivos que sienten vergüenza de sí mismos.
Hay algo todavía más de fondo: los electores han de saber que no hay un euro público que no salga de sus bolsillos, de su sacrificio, y que no es posible la democracia si no hay transparencia en el gasto y, consecuentemente, moderación y control. No hay ningún motivo para fiarse de nadie, ya no puede haberlo, y es de necios adorar a quien nos promete el paraíso, no sea que pensando en lo que se va a llevar a Suiza, se ocupe de que el contratista pueda manejar cifras holgadas mientras los demás aplaudimos su ambición política.
El tren y los e readers
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