A propósito de las informaciones que ponen en tela de juicio la honorabilidad de parte de la dirección del PP, se están escuchando declaraciones literalmente increíbles reclamando una solidaridad cuasi mafiosa no con los fines del partido, sino con los delitos e irregularidades que hayan podido cometerse bajo sus alas. En este punto, el PP parece haberse contagiado gravemente de ese extraño y maloliente patriotismo de partido que tantas veces se ha atribuido al PSOE. No puede sino producir asco que se empleen palabras que debieran ser nobles, como patriotismo o solidaridad, para encubrir la podredumbre y la suciedad. Así, si alguien cree que un determinado alto cargo debe dimitir porque su honorabilidad está completamente en entredicho, y ese alguien milita en su propio partido debería callar para siempre. Es difícil expresar con mayor nitidez el epítome de una moral mafiosa, la consigna lógica en una organización de bandidos pero absolutamente repudiable en cualquier asociación que se pretenda decente.
Los partidos españoles están seriamente en tela de juicio y lo están no porque la gente no crea en la política o en la democracia, sino, precisamente porque creen en ellas. Unos y otros se dedican a cultivar estrategias defensivas que les llevan a minusvalorar los estados de opinión, los deseos ciudadanos; parecen conformarse con que a ellos, a una estirpe de elegidos, les vaya bien, y parecen estar seguros de que acabará escampando. Espero que se equivoquen, porque hay cosas muy serias en juego, y alguien debería atreverse a cortar con la tendencia a convertir los partidos en mafias que premian el no ver, el no pensar y el no decir nada. Esa es la desdichada consigna que subyace a la exigencia de omertá para proteger a quien no lo merece, dañando gravemente al Bien común.
Lo viejo y lo nuevo
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