Un hermoso artículo, en La Vanguardia, de Juan José López Burniol recuerda, con la vieja esperanza de los buenos españoles, que la vida siempre sigue, y lo recuerda al hilo de una estupenda, y breve, reconstrucción de la aguda percepción quevediana de que algo irremediablemente malo estaba corroyendo lo que pudo, por un tiempo, ser un imperio admirable. Se trata de un paralelo, evidentemente, pero Quevedo tenía razón porque era un pesimista lúcido. Aquí hay quienes no perciben todavía que algo irremediable está en marcha, aunque yo, como el culto notario catalán, siempre confío en la vida, gracias a Quevedo, entre otros.