No estaría de más que ante las elecciones europeas nos preguntásemos qué es lo que nos falta para dejar de hablar de Europa como algo, a la vez, extraño y admirable, aunque cada vez menos, según se oye a muchos. La izquierda más empeñada en parecer radical y moderna se ha convencido de que puede ser rentable presentarnos una Europa hostil que, absurdamente, al parecer, quiere que se le paguen las deudas. Nos han acostumbrado tanto a echarle la culpa a Europa de cualquier reforma aparentemente antipática que corremos el riesgo de que deje de ser un ideal y se convierta en una madrastra. Ese es el error que hay que combatir: Europa puede seguir siendo un ideal y debe seguir siéndolo, pero no podemos consentir que la conviertan en el chivo expiatorio.
El problema no es que los europeos quieran cobrar los préstamos, el problema es que no aprendemos a vivir con el fruto de nuestro esfuerzo y nos dedicamos a a gastar lo que no tenemos, a vender la soberanía. Los demagogos acuden luego a la soberanía, pero quieren olvidarse de que hemos gastado lo que no tenemos y que, salvo para los que crean ingenuamente en la revolución, no es sano ir por el mundo sin pagar las deudas y sin dar la sensación de que esa es una obligación de la que se puede prescindir alegremente.
De Europa tenemos que aprender rigor, limpieza, sentido estratégico, democracia y participación… y dejar de dar lecciones tan malas y con tan poco fundamento.
Adiós, por un tiempo
Adiós, por un tiempo