La distinción entre hechos y opiniones pasa por ser piedra angular del buen periodismo, de la buena historia, incluso de la buena filosofía, aunque menos. No se trata de una distinción fácil ni inobjetable, pero sirve para ir tirando. La voy a usar aquí en un sentido, me parece, inhabitual (las comillas se deben a que la palabra no está en el DRAE, curioso).
Me referiré a dos hechos que son dos opiniones, pero muy sugestivos ambos. El primero, las declaraciones del pequeño Nicolás en las que éste se presenta como un agente de la todopoderosa Soraya: una opinión que merecería ser un hecho cierto, porque la superchería del caso representa bien el grado de distancia que hay entre la política sorayesca y la política de verdad.
El segundo hecho es también bastante sorprendente: resulta que Podemos podría ser la primera fuerza política en Navarra, sin tener en aquel reino ni siquiera una cara medianamente conocida, otro portento.
Mediten los españoles: ¿tendrá esto algo que ver con el portentoso fenómeno de que, cayendo la que está cayendo, las portadas de lo que queda de prensa, y por algo será, se ocupen de la duquesa y de la cárcel de la cantora? No quiero ponerme en plan de filósofo ducal para el que todos los hechos son muestras de un orden hiper-racional que él domina, pero da que pensar.
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