A Rajoy le ha bastado con advertir que él es él y él es el máximo líder para que todo el mundo del PP admita que es inevitable que vuelva a ser el candidato, tanto como que el Sol vuelva a lucir tras el 24 de mayo. Quien no caiga en la cuenta de que un partido así no merece la confianza ciudadana se merece lo peor: un autoritarismo tan alicorto como cejijunto que dice muy poco de la confianza que esta clase de líderes tienen en la democracia y en la sociedad española: cualquiera que crea mínimamente en alguna de las dos cosas, o, como a mi sucede, en ambas, tendrá que optar por otra cosa, o por quedarse en casa, a ver si se van enterando de que nos sirve una democracia de amiguetes.