En la muerte de Wenceslao Castañares

 

 

Acabo de recibir la noticia de la muerte de una de las mejores personas que he conocido, de mi amigo Wenceslao Castañares. Creo que es muy difícil atesorar las virtudes y los méritos de Wences, era inteligente, muy trabajador, extraordinariamente atento y discreto, con una elegancia moral absolutamente ejemplar que nacía de su exigencia consigo mismo, pero siempre dispuesto a comprender y a ayudar, y, además, cosa especialmente rara, era un auténtico sabio, un estudioso vocacional, un verdadero investigador, en fin, y por encima de todo, una bellísima persona para decirlo con una expresión que aprendí de mi madre.

Su trabajo académico ha sido extraordinariamente valioso, en especial si se tiene en cuenta que, y esto es por desgracia muy corriente entre nosotros, hubo de hacerlo a contrapelo, en situaciones de precariedad, con pocos medios, pero quedará para el futuro y hay que esperar que sirva de apoyo firme a nuevos estudiosos, aunque siempre será difícil que alguien sea capaz de ir mucho más allá de lo que él hizo, porque tendrá que tener una constancia y una capacidad que no son nada comunes. En una Universidad que nos da tantos  motivos de sonrojo, Wences era un auténtico maestro, un lujo inhabitual en nuestras aulas.

Una dura enfermedad, llevada con la paciencia y la discreción de los mejores, le tenía a medio gas desde hace ya muchos meses y seguramente le ha impedido acabar la enorme tarea en la que se había empeñado. La vida que llevamos nos había apartado un poco del trato habitual que tuvimos durante años, y de los trabajos que hicimos mano a mano, pero él sabía como yo lo sé que eramos amigos de verdad, y eso es algo que dura para siempre. Su muerte me ha producido el dolor que se reserva a los que de verdad quieres, que siempre son unos pocos. Espero que su familia pueda sobreponerse pronto con la fortaleza que él ha sabido vivir.

Dios lo tenga en su gloria para siempre. ¡Adiós amigo del alma!