A fabis abstinete?

En estos días pasados una cierta variedad de amigos y conocidos me ha manifestado su deseo de abstenerse. Como hoy es jornada de reflexión, aunque dudo que sea mucho lo que se piensa a fondo sobre el particular, me voy a permitir un consejo, sin recomendar ningún voto en particular. Es muy simple, creo que votar es una obligación, y que es un error hacerlo en blanco. Comprendo los argumentos de quienes defienden la abstención o el voto en blanco, pero no me convencen. Creo que en ambos casos se incurre en el vicio, feo, de pretender una identificación con un cierto volumen de votantes,  como si quienes van a votar en blanco o a abstenerse estuviesen expresando  un propósito político definido. Creo que esto está reñido con una lógica bastante obvia, y que representa una postura comodona, cuando no hipócrita, en el preciso sentido de dar a entender una excelencia moral y política de la que seguramente están tan alejados como el que más. 
No negaré que la paleta electoral sea poco atractiva y, en cierto modo, insuficiente, pero creo que la vida está hecha de situaciones en que eso es precisamente lo que ocurre y no podemos deducir de ello una apología de la abstención, de la exquisitez. Votar es mancharse, desde luego, y hay que tener el cuajo de hacerlo con lo que nos parezca preferible, o menos malo, algo que siempre será mejor que esa pretendida excelencia de los que se entretienen en la delectatio morosa de un rechazo global al sistema, palabra preferida de cuantos se excusan de producir explicaciones precisas y pretenden que nos unamos a su inmaculada excelencia.  
En el peor de los casos, si se está decidido a no dar el voto a ninguno de los grandes partidos, siempre será mejor dárselo a uno de los pequeños que perderlo con la pretensión de formar parte de un reducto elegido y exquisito.
Comprender y decidir en el mundo digital