El hedor

Hay dos formas de interpretar el hedor a corrupción que emana de la política, y, en este momento en particular, del PP. La primera es considerarlo una maldición, la segunda, verlo como la consecuencia casi inevitable de un sistema que hay que cambiar, y que no se deja. Yo apunto a la segunda. No será fácil, pero hay que intentarlo, no se puede considerar la corrupción como un coste asumible de un bien mayor, ni pararse en que sea un simple fruto del fuego graneado del adversario. Que los políticos se refugien en una supuesta campaña contra ellos no dice mucho de su inteligencia y sí dice mucho de lo tontos que nos consideran, aunque, de todos modos, haberlas haylas, pero eso es secundario.
Lo que ocurre es que un sistema absolutamente opaco en el que la democracia ha desaparecido casi por completo, en el que no hay ni trasparencia, ni debate interno, ni competitividad, la sensación de impunidad de los de arriba llega a ser el mejor catalizador de la desvergüenza y un incentivo para llegar arriba… y forrarse. Hay que acabar con esto, en la política y en otros muchos negocios como la universidad, la prensa o los mercados sumergidos. Lo que tenemos ahora es insoportablemente caro, ineficiente, desmotivador, espantoso. Hay alternativas, habrá que apoyarlas.