El definitivo adíos

Hace apenas unas horas que ha muerto Adolfo Suárez. Algunos recuerdan lo mucho que le criticaron quienes ahora le aplauden, yo creo que nunca es tarde si la dicha es buena, y que Adolfo Suárez se alegrará de esas conversiones tardías, incluso si un poco hipócritas. Él fue un gran político porque fue capaz de ultimar una gran tarea, y lo hizo acertando a representar el deseo de una inmensa mayoría de españoles que querían mirar hacia adelante y vivir en paz, hacer normal lo que debiera ser normal, convivir con libertad y respeto. Es obvio que hay quienes no le han hecho caso, ni entonces, ni ahora, pero Suárez sabía que la unanimidad no es de este mundo, en las democracias, por lo menos. Frente a la política que parece ejecutar un guión, Suárez tuvo el valor de improvisar, de atreverse a lograr lo que era casi imposible. Ahora tenemos delante unos problemas no mucho menores que en 1976. Espero y deseo que tengamos los políticos valientes y capaces, flexibles, cuando sea el caso, para que España no vuelva otra vez a embarrancarse, y es obvio que para evitarlo no basta con repetir cada día lo mismo, o con mirar para otro lado. Hay que tener convicciones, saber defenderlas, pelear por ellas, pero saber que el mundo no se cierra sobre nosotros, que existen los otros, y que, dentro de las reglas de juego de la democracia, hay que tratar de componer todas las fuerzas para que sirvan a la patria común, eso es lo que intentó hacer, con bastante éxito, el presidente que ahora nos deja. Hay que tener valor, como hizo él, para desembarazarse de fórmulas que ya se ha visto que no funcionan, y no tener la cobardía de refugiarse en los tópicos que tanto se repiten para que no veamos claro qué es lo que hay que cambiar, para acertar a hacer, una vez bien asentada la democracia,  una España más inteligente, más ligera, menos gravosa, capaz de progresar sin quedarse varada a la vera de la corriente de la historia. Entre todos tenemos que hacer real la España posible, eso es la política.