La JMJ, los indignados y Rubalcaba

Parece como si hubiera pasado un siglo desde que Zapatero, vapuleado por las agencias de calificación y la subida de nuestra prima de riesgo, decidió adelantar las elecciones. Una vez más, se le ha visto el plumero, su afición a hacer como que hace, ya que el supuesto adelantamiento era una dilación en toda regla, de manera que parece bastante probable que tenga que volver sobre su propósito si no quiere acabar todavía peor. La decisión de Zapatero se produjo en un determinado clima político que es interesante analizar, y fue coherente con dos noticias muy significativas, y que anunciaban jaleo. Las agresiones a la policía y el anuncio de que los chicos del 15 M van a contraprogramar la próxima visita de Benedicto XVI a nuestra tierra con una gran manifestación y con toda suerte de supuestos argumentos civiles y fiscales, ellos que para todo piden subvenciones y no suelen estar muy puestos, claro es que no enteramente por su culpa, en lo que significa ganarse el pan con esfuerzo, trabajar, una cosa un poquito más aburrida que despelotarse en el paseo del Prado.
No había que ser un futurólogo eximio para adivinar que, tras el fracaso del PSOE en las elecciones municipales y autonómicas,  a alguien se le ocurrirían iniciativas de este estilo, y no deja de ser sorprendente la cercanía de esa declaración de intenciones a la esperada convocatoria de generales. ¿Será posible que a Rubalcaba o a alguno de sus colaboradores se le haya escapado una confidencia hacia la mano que mece la cuna de estos indignados residuales, resistentes y radicales?
El anuncio de movilizarse contra la visita papal muestra muy claramente el oportunismo de lo que queda como resto de lo que pudo haber sido, y no lo fue, un intenso movimiento de renovación cívica: queda el sectarismo, el fanatismo, el odio a la libertad, es decir, la misma extrema izquierda que estuvo en sus orígenes y que, por las bravas y como suele, se ha erigido en administrador único de una herencia bastante más plural. Es absolutamente inaudito que se decidan a combatir la visita del Papa y eso muestra muy claramente su faz más intransigente y brutal.
Las autoridades no debieran tolerarlo, pero lo harán porque les viene bien una pizca de crispación, como confesó Zapatero a Gabilondo, cuando creía que no les oía nadie. Se dice que Zapatero solía repetir a los suyos, a la hora de tomar una medida supuestamente  impopular, una frase que podría resumirse así: “no os preocupéis, que ya nos lo arreglará la derecha”. Es obvio que lo que desearían quienes vayan a hostigar la visita del Papa es que hubiese algo así como una yihad católica, pero, a Dios gracias, no hay tal. Tendrán que conformarse con los aspavientos de algunos que no entienden que lo que busca la izquierda radical es una reacción especular a sus agresiones para identificrla con la derecha y con el PP, la vieja magia del “que viene el Dobermann”.
Naturalmente las autoridades, con plena conciencia de ser cesantes, no van a manchar lo que consideran ser su limpia ejecutoria reprimiendo algo que, en el fondo, les viene muy bien. Ya se las apañarán para encontrar disculpas, pero es seguro que la policía no va a impedir que haya incidentes con la cínica excusa rubalcabiana de que se trata de evitar males mayores. Soy plenamente consciente de que la comparación no es del todo adecuada, pero ¿se imagina alguien que se autorizase una manifestación de ultraspara contraprogramar los fastos del orgullo gay? Está claro que cuando se tiene una idea sesgada de la democracia, cuando se cree que si mando yo vale todo, no hay límites a lo que se puede llegar a hacer para evitar la perdida del poder, o para aminorar sus daños. Los socialistas, Zapatero y Rubalcaba, coinciden decisivamente en este punto, les conviene que haya jaleo, que los ánimos se encrespen y que se deje de hablar, en último término, del concienzudo desastre al que nos han llevado. Ojala se equivoquen, porque ya es hora de que todos los españoles podamos darnos el gusto de discutir sobre los asuntos comunes sin que los trileros de la política nos obliguen a discutir sobre fantasmas, sobre rencores, sobre memorias afeitadas y leyendas tan falsas como supuestamente vivas.
Los españoles que deseamos un triunfo amplio y nítido del Partido Popular, que es lo único que, a día de hoy, puede evitar nuestro deslizamiento al desastre financiero y a una larguísimo jornada de empobrecimiento y decadencia, haríamos bien en no entrar a ninguna de estas provocaciones. Es lamentable que las autoridades sean tan sectarias que no sepan preservar para la buena imagen de nuestro país un acto como el de la Jornada Mundial de la Juventud, pero ya se sabe lo poco que a estos señores les importa nuestro destino común en relación con lo mucho que aprecian sus poltronas. Desearía vivir en un país en que la policía cumpliese civilizadamente con sus obligaciones, y mantuviese el orden público sin sectarismo, pero eso va a ser muy difícil con un gobierno que se retira cabizbajo y que no duda en echarle a quién sea la culpa de sus disparates, aunque sea al Papa, que viene a España a rezar con jóvenes de todo el mundo. 


Vuelva usted mañana