Esta vez no es que no sepamos lo que nos pasa, porque lo sabemos; el problema, más bien, es que nos guiamos por el principio comodón de «que se corrijan los demás», y, claro, no funciona nada. España necesita dosis crecientes de ejemplaridad y de intolerancia con los corruptos, o sea, por ejemplo, que Divar sea obligado a marcharse, aunque sea a Marbella. Además, somos acomodaticios en exceso, y cobardes, decimos lo que pensamos cuando no importa decirlo, pero no cuando haya algo en juego: pronto tendré ocasión, una vez más, de comprobarlo.
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