Hay políticos que ni siquiera se ocupan de disimular que, por encima de todo, les mueve su interés. Otros, son más cuidadosos, pero, para nuestra desgracia, no estamos sabiendo penalizar como es debido esa fea malversación que es tan frecuente.
La secretaria general del PP ha recibido muchas y merecidas críticas por su absurda posición en la cuestión de los almacenes de residuos nucleares; no se ha dicho, sin embargo, que resulta muy verosímil imaginar que esa posición esté determinada, sobre todo, por su interés en ganar las elecciones, no en la victoria del PP, sino en su propia victoria. Al PP le pueden convenir otras posiciones, pero ella está a lo que está, como ya ha sucedido en otras ocasiones con las cuestiones del agua y de los trasvases.
El PP incurre con frecuencia en ese feo vicio del particularismo que creíamos reservado a los nacionalistas, pero, a lo que se ve, no hay que denominarse nacionalista para actuar como ellos lo hacen. Es tremendo cómo el posibilismo más descarnado, y más necio, puede tirar por tierra el legado de Aznar, la política que llevó al poder al PP en 1996 y en el año 2000. Ahora muchos del PP parecen haber perdido cualquier identidad y estar reducidos a la mera condición de cazadores de votos. Es inmoral, pero, sobre todo, es un error fatal. Sobre la conciencia de quienes así actúen caerá, más pronto que tarde, el peso de la responsabilidad histórica de prorrogar la vida política del peor gobierno de la democracia.