El cabreo español es mucho más amplio y profundo que lo que se refleja en las calles y plazas, en las movilizaciones y los pásalo, y lo es porque los españoles somos un pueblo viejo y paciente, hipócrita y algo memo, pero con un fondo de resistencia, pasividad y decencia lo suficientemente grande para que lo que está pasando tenga que dejar de pasar. A día de hoy, el problema es cómo va a suceder, no el que vaya a suceder o no, y en eso es en lo que se equivocan el gallego y su cuadrilla, que mejor harían en intentar cualquier otra cosa, pero está claro que lo suyo no es la política, y pronto dejará de serlo, incluso en apariencia. El supuesto fortín parlamentario, incluso con ayuda de la prensa quebrada, que es casi toda, se deshará como un azucarillo cuando legue el momento.
Hay que tener presentes dos fechas, 1976 para saber lo que hay que hacer y 2004 para saber qué y cómo empezaron las desgracias de ahora, esa bomba inexplicada y esas consecuencias desastrosas, el zapaterismo y el marianismo, primos hermanos con un especie de dispensa eclesiástica para contraer matrimonio. Cabe solución cono la de 1976, y hay que rectificar la trayectoria que se torció en el 2004.
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