Han abundado los rumores sobre el temor que podría tener el PP a que Bárcenas cantase. Puede ser, pero la fantasía es menos útil que la lógica para entender las acciones humanas. Bárcenas tendrá cosas que ocultar, qué duda cabe, pero a nadie más que a él le conviene que los detalles permanezcan en el arcano. Cualquier indiscreción le haría asumir un triple riesgo: en primer lugar, rompería su estrategia de defensa, ya que Bárcenas afirma ser un habilísimo profesional que ha ganado mucho y de manera honrada; en segundo lugar, complicaría su situación penal porque por más que acusase a terceros, cualquier posible revelación haría mayor su responsabilidad; por último, si pusiera en marcha el ventilador, perdería cualquier esperanza de recibir ayudas desde fuera, que es, justamente, lo que necesita para hacer más llevadero y corto el porvenir penal que ahora le amenaza.
Así pues, tanto si actuó solo como si lo hizo en compañía de otros, a Luis Bárcenas sólo le queda elegir el camino del martirio y confiar en que le sea soportable; esa elección puede, incluso, ennoblecer su figura con el aura que habitualmente se otorga a quien carga con penas que no le corresponden, al que actuó por “obediencia debida”, aunque haya sido en beneficio propio. De esta forma el caso Bárcenas entrará, tarde o temprano por la borrosa senda del tratamiento penal y carcelario que, como es público y notorio, deja muchas ocasiones al perdón, al indulto y al arbitrio del que manda, sea cual sea su color político que en esto nunca ha fallado el consenso básico.
Tal vez el único riesgo que puede correr Rajoy es que el exceso de turiferario de los propios, el empeño en mostrar la ejemplaridad con la que Rajoy y el PP han actuado sin piedad contra un chorizo, pueda soliviantar al agraviado hasta tal punto que se olvide de las más elementales prudencias y escoja el camino difícil, tratando de provocar una voladura del PP, pero es seguro que no le van a faltar consejeros que le adviertan de lo ingrato que le puede resultar esa forma de proceder, y de las muchas bazas que le quedan para salir relativamente entero del proceso.
Es bastante probable que estemos más cerca del “fuese y no hubo nada” del soneto cervantino, que del “fiat iustitia et pereat mundus”, porque, al fin y al cabo, no parece que Bárcenas se haya guiado nunca por principios sublimes, mientras que, a cambio, ha acreditado una innegable solvencia para apalear una fortuna sin llamar demasiado la atención. No es la primera vez que estamos ante un caso similar, y lo razonable es que se desarrolle conforme a las pautas discretas de los anteriores, por más que haya quienes especulen con un cataclismo improbable.
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