¿Porqué mienten los políticos? Hay que reconocer que es un hábito extendido y consentido. En mi opinión, no aprenden a mentir por ocultarse, como hacen los niños, empiezan a mentir por vanagloria y para ver hasta dónde pueden llegar: nos toman la medida. El error que cometen es el de creer que les creemos porque ellos lo dicen, cuando les creemos, aunque mientan, porque nos conviene hacerlo, cuando no nos importa, un poco como descontamos las exageraciones, los sobreprecios o las fábulas de los amigos, porque siempre hay algo de verdad en ellas.
El problema aparece cuando al mentir nos hacen daño directo, cuando nos toman por bobos, cuando pretenden abusar. Su hábito de mentir les hace perder de vista le difusa frontera entre lo que podemos aceptar y lo increíble, tal es su vanidad, su orgasmo emocional con el poder.
Las mentiras de Bárcenas, si es que existen, son mentiras defensivas, siempre disculpables, por ladrón que haya sido: todo el mundo haría lo mismo en su lugar, salvo un santo, que no habría hecho lo que hizo. Pero las mentiras de Rajoy y los dirigentes del PP, además de ser obvias, solo son defensivas en apariencia, son realmente agresivas, pretenden que nos humillemos hasta ofrecernos de escabel a su orgullo y su suficiencia. Ellos creen que pueden mentir porque su crédito, que pagamos nosotros, es inagotable, pero no lo es. Sus mentiras, y, muy en especial, las que emplean para su pueril e hipócrita distanciamiento de Bárcenas son insultantes, intolerables. Desgraciadamente, esto no ha hecho más que empezar, porque cuando Rajoy se dirija a las cámaras no tendrá otro remedio, si no quiere dimitir y dignificarse en parte, que continuar mintiendo, lo que obligará al Parlamento a elegir entre la humillación o la rebelión: no tardaremos en verlo.