Ayer pude ver de nuevo por la tele la espectacular Black Hawk derribado, una de las imágenes de la guerra más influyentes de los últimos años. Ridley Scott no pierde oportunidad de juntar planos espectaculares y de contraponer la sofisticación de la tecnología bélica con la fragilidad de la máquina humana. Por lo demás, el fondo es una ciudad absurdamente destruida, habitada por guerreros tribales, primitivos, un poco absurdos. No falta la intención reflexiva, pero la guerra se convierte en una especie de medio, de sustancia, en algo que nadie hace, aunque a todos pueda afectar.
Hace unos días había visto la espléndida En tierra hostil (The Hurt Locker: nótese la creatividad del título español), una película de Kathryn Bigelow que acaba de recibir toda suerte de premios en los Bafta, por supuesto merecidamente. No pude evitar la contraposición de dos imágenes tan distintas. Scott es un escenógrafo moderno, mientas que Bigelow, una directora con un físico que nos hace suponer que se trate de una estrella, retrata con una frialdad extraordinaria la mentalidad de unos personajes perfectamente reales que hacen la guerra de manera profesional, pendientes del calendario, pero también de su adrenalina. Su análisis es excepcionalmente perspicaz, casi de entomóloga. Tendré que verla de nuevo, pero aseguraría que no hace ninguna clase de especulación sobre el ser de las guerras, mientras que se entretiene en contar cómo son, al menos en parte, quienes las hacen. Al recibir sus galardones en Londres, recordó que es importante estar siempre preocupados por la paz, pero eso es lo que tiene que decir una directora de cine, no lo que hacen los tipos que retrata. Muy interesante, sobria y reflexiva esta descripción de la guerra hecha por quien seguramente no ha empuñado nunca un arma.