El lunes pasado me encontraba en la estación de trenes de Abando en Bilbao (que los socialistas en uno de sus habituales gestos de imparcialidad han rebautizado como Indalecio Prieto), con más de una hora y media de tiempo hasta la salida de mi Alvia para Madrid. Saqué mi portátil con la intención de trabajar un rato, y comprobé con gusto que estaba en una de las míticas zonas de Wifi ADSL de Telefónica, de modo que me dispuse a establecer la conexión correspondiente para beneficiarme del ahorro que supondría no cargar mi cuenta de conexión a través de modem de Movistar. No era un gran ahorro, en efecto, pero uno, que es patriota desde antes que descubriese Zapatero esta importante virtud, se sentía inundado de gozo al ver los progresos de España y la calidad de los servicios de la primera de sus multinacionales.
Cuando me puse a ello comprobé, con horror, que la conexión no era automática, sino que requería usuario e identificación, es decir que había que llamar a uno de esos horribles teléfonos con contestación en cascada que es uno de los escasos tormentos que nadie había imaginada hasta ahora en el infierno. Llamé, pese a todo: una amble señorita me pidió mi identificación, el número de teléfono desde el que llamaba (¿?), el CIF de la empresa propietaria de la tarjeta Movistar con el contrato EG que daba derecho al uso gratuito de la zona Wifi, la cuenta bancaria en que se abonaban las facturas, y el número de serie de la tarjeta SIM. Yo iba respondiendo como podía a la santa inquisición telemática, pero al llegar al último punto decidí rendirme porque mi tarjeta es ya muy antigua y jamás he conseguido que la propia Movistar me diga qué número tiene, de manera que había perdido casi veinte minutos de mi tiempo para nada; confieso que perdí ligeramente los nervios y que no traté con la amabilidad que me caracteriza a la proba empleada, pero ya no tengo edad para emplearme a fondo en superar las cucañas telefónicas, que siempre terminan en costalazo, como en las bárbaras costumbres de nuestros pueblos.
Ya repuesto del cabreo, tengo que decir que me parece intolerable, abusivo, absurdo, ridículo y oligofrénico el procedimiento. Que Telefónica nos tenga con unas conexiones tan caras, tan confusas desde el punto de vista tarifario, tan roñosas en sus servicios y tan arbitrarias, me parece un índice de lo mal que van las cosas en este momento preciso. Sé que no sirve de nada, pero elevo mi grito al cielo clamando contra la estulticia y la falta de respeto de esa compañía, sin que me consuele el hecho, que he comprobado en varias ocasiones, de que probablemente sea la menos mala de todas las demás. Es un escarnio cómo nos tratan, mientras sufrimos en silencio los atrasos y las ineficiencias de quienes se cobran el supuesto servicio que nos dan a precio de oro.