Un debate equívoco

El debate sobre las modificaciones del sistema de pensiones es un ejemplo casi perfecto de cómo suelen ser las discusiones en esta democracia tan demediada. Datos incompletos, actitudes que pretenden ser tomadas por lo que no son, disimulo, equívoco, miles de ficciones sin base alguna… Todo menos decir la verdad desnuda del asunto, a saber, que el sistema de pensiones está fundado en un sistema Ponzzi que es fundamentalmente insostenible, que nuestro problema no son las pensiones de dentro de treinta años, sino la falta de empleo ahora, que no hay empleo porque no tenemos casi nada que ofrecer a un mercado cada vez más competitivo, que mientras sigamos siendo un país disparatado y chapucero vamos a ir cada vez peor, que de nada sirve la hipocresía de los principios bellos, que los números no salen, que nos encaminamos velozmente a un descalabro sin precedentes, que este gobierno ha sido extremadamente perjudicial en todos los aspectos económicos, además de simplemente deletéreo en los aspectos políticos y de moral pública, etc. etc. Los responsables políticos, y los comparsas sindicales, hacen como que están tomando medidas técnicas, pero lo único que pasa es que son cobardes y mendaces y no se atreven a decir lo que habría que decir para que esta sociedad se despabile un poco, porque esperan poder seguir en sus poltronas tanto como puedan. Triste destino el nuestro, a la espera de que gente con alguna energía y con dos dedos de frente se disponga a decir lo que nadie dice y a hacer lo que nadie quiere que se haga.

La mentira sindical

Que una mentira machaconamente repetida obtiene mayor credibilidad que una buena mayoría de verdades indefensas es cosa bien sabida desde Goebbels, incluso, seguramente, desde Maquiavelo. Los sindicatos españoles, bien nutridos y pagados, herederos de un estatus ministerial desde el franquismo, son maestros en la repetición de sus escasas ideas. Han sabido presentar la realidad de lo que llaman “trabajos precarios” como una imposición del gran capital, de la codicia incesante y anónima de los patronos. La realidad, sin embargo, es que, en los tiempos que corren, lo que es precario no es el empleo sino el negocio de la mayoría de las pequeñas empresas, de muchas medianas y de algunas de las grandes, además de que a largo plazo todos muertos, que es una cosa que enseñaba Keynes.
Los que se arriesgan a poner un pequeño negocio no saben lo que va a ser de ellos: su destino sí que es precario, porque depende de cambios, económicos, de crédito, tecnológicos y culturales, que no pueden de ninguna manera controlar. Es un misterio que goce de crédito la pretensión de que el trabajador tenga unas garantías que quien le emplea no puede tener de ninguna manera, y más absurdo todavía que esa seguridad, y los costes que implica, aumente con el tiempo para el trabajador, mientras disminuye en la misma proporción para la empresa. Yo conozco a muchas personas que han perdido todo lo que supuestamente habían ganado al cerrar sus negocios e indemnizar a sus trabajadores, algunos de los cuales no hicieron nada por evitar la quiebra. Me parece evidente que, con estas reglas del juego, con esa mentira sindical, nadie va a arriesgarse a crear puestos de trabajo que, a medio y largo plazo, puedan actuar como garantía de quiebra personal.
Hay que cambiar completamente el régimen laboral y dejarse de monsergas. Este gobierno no parece dispuesto a hacerlo, y es posible que solo nos quede la ruina global como posibilidad. Una especie de “Fiat justitia et pereat mundus” que no sirve de nada, porque está basada en un ideal absurdo de justicia, en una patente desigualdad que ya no es sostenible.