El debate sobre las modificaciones del sistema de pensiones es un ejemplo casi perfecto de cómo suelen ser las discusiones en esta democracia tan demediada. Datos incompletos, actitudes que pretenden ser tomadas por lo que no son, disimulo, equívoco, miles de ficciones sin base alguna… Todo menos decir la verdad desnuda del asunto, a saber, que el sistema de pensiones está fundado en un sistema Ponzzi que es fundamentalmente insostenible, que nuestro problema no son las pensiones de dentro de treinta años, sino la falta de empleo ahora, que no hay empleo porque no tenemos casi nada que ofrecer a un mercado cada vez más competitivo, que mientras sigamos siendo un país disparatado y chapucero vamos a ir cada vez peor, que de nada sirve la hipocresía de los principios bellos, que los números no salen, que nos encaminamos velozmente a un descalabro sin precedentes, que este gobierno ha sido extremadamente perjudicial en todos los aspectos económicos, además de simplemente deletéreo en los aspectos políticos y de moral pública, etc. etc. Los responsables políticos, y los comparsas sindicales, hacen como que están tomando medidas técnicas, pero lo único que pasa es que son cobardes y mendaces y no se atreven a decir lo que habría que decir para que esta sociedad se despabile un poco, porque esperan poder seguir en sus poltronas tanto como puedan. Triste destino el nuestro, a la espera de que gente con alguna energía y con dos dedos de frente se disponga a decir lo que nadie dice y a hacer lo que nadie quiere que se haga.