La mentira sindical

Que una mentira machaconamente repetida obtiene mayor credibilidad que una buena mayoría de verdades indefensas es cosa bien sabida desde Goebbels, incluso, seguramente, desde Maquiavelo. Los sindicatos españoles, bien nutridos y pagados, herederos de un estatus ministerial desde el franquismo, son maestros en la repetición de sus escasas ideas. Han sabido presentar la realidad de lo que llaman “trabajos precarios” como una imposición del gran capital, de la codicia incesante y anónima de los patronos. La realidad, sin embargo, es que, en los tiempos que corren, lo que es precario no es el empleo sino el negocio de la mayoría de las pequeñas empresas, de muchas medianas y de algunas de las grandes, además de que a largo plazo todos muertos, que es una cosa que enseñaba Keynes.
Los que se arriesgan a poner un pequeño negocio no saben lo que va a ser de ellos: su destino sí que es precario, porque depende de cambios, económicos, de crédito, tecnológicos y culturales, que no pueden de ninguna manera controlar. Es un misterio que goce de crédito la pretensión de que el trabajador tenga unas garantías que quien le emplea no puede tener de ninguna manera, y más absurdo todavía que esa seguridad, y los costes que implica, aumente con el tiempo para el trabajador, mientras disminuye en la misma proporción para la empresa. Yo conozco a muchas personas que han perdido todo lo que supuestamente habían ganado al cerrar sus negocios e indemnizar a sus trabajadores, algunos de los cuales no hicieron nada por evitar la quiebra. Me parece evidente que, con estas reglas del juego, con esa mentira sindical, nadie va a arriesgarse a crear puestos de trabajo que, a medio y largo plazo, puedan actuar como garantía de quiebra personal.
Hay que cambiar completamente el régimen laboral y dejarse de monsergas. Este gobierno no parece dispuesto a hacerlo, y es posible que solo nos quede la ruina global como posibilidad. Una especie de “Fiat justitia et pereat mundus” que no sirve de nada, porque está basada en un ideal absurdo de justicia, en una patente desigualdad que ya no es sostenible.

Una visión mágica de la economía

Recuerdo con ternura especial una escena familiar: una de mis sobrinas, de apenas dos años, trataba de manejar el mando a distancia de la TV agitándolo, al tiempo que apuntaba al aparato. Naturalmente, la tele no se encendía porque la niña imitaba el gesto de los adultos, pero ignoraba qué precisos botones habría que presionar.

Me ha venido a la memoria la escena, al conocer alguna de las medidas que este gobierno milagrero propone para reactivar una economía, un proceso que entiende tan escasamente como mi sobrina comprendía las ondas electromagnéticas.

Otra manera de describirlo sería empezar decir que pretende, de nuevo, empezar la casa por el tejado. Todo, con tal de no hacer aquello que debiera hacer cualquier político responsable, recortar drásticamente el gasto, repartir los esfuerzos, y no seguir tirando de un crédito del que andamos cada vez más escasos y aumentando una deuda que amenaza con llevarnos a la quiebra absoluta.

El gobierno no entiende que hay que crear riqueza, y no simplemente recortar las listas del paro a costa de actividades discutiblemente útiles, como la restauración de nuestras viviendas o de edificios públicos. Eso llegará, sin duda, cuando volvamos a generar riqueza, novedad, productos que puedan venderse aquí y fuera de las fronteras. El gobierno no comprende que vivimos ya en una economía abierta, y que ese hecho, que nos puede enriquecer porque aumenta el tamaño de los mercados disponibles, nos puede arruinar porque la competencia es mucho más intensa. Todo lo que no sea adelgazarnos de actividades inútiles y costosas es acercarnos más al desastre, allí donde nos lleva un gobierno que no conoce sus posición en el mundo, que no se entera de nada, y que pretende seguir engañando a la parroquia mientras la miseria crece, porque cree que siempre tendrá recursos retóricos para echarle la culpa a otros.