Se acaba de publicar un interesante libro titulado La sociedad de la ignorancia que discute la idea de que la abundancia de información conduzca a una sociedad del conocimiento, un marbete que se repite sin ton ni son, mientras no disminuye visiblemente el número de estupideces que unos y otros cometemos. Al leerlo me acordé del magnífico libro de Carlo Cipolla Allegro ma non troppo, en el que se contenía un análisis muy interesante y divertido de los riesgos y tipologías de la estupidez.
Cipolla afirma que siempre se subestima el número de tontos, y que la probabilidad de que alguien sea estúpido es independiente de cualquier otra característica personal, lo que muestra que los estúpidos apenas encuentran dificultades para llegar a la cumbre. Para el economista italiano, lo que define al estúpido es la capacidad de causar daño sin obtener ningún provecho personal, algo que hace que sea muy peligroso asociarse con cualquier estúpido, porque tienen el don de destrozar, sin razón aparente, cualquier buena iniciativa así que ponen las manos en ella.
Estos días, hemos visto conductas muy notables a las que cabe adjudicar el análisis cipolliano, por ejemplo, lo que ha hecho la responsable de sanidad de Hamburgo, que ha arruinado la exportación española acusando a nuestros humildes y salutíferos pepinos de causar una epidemia mortífera. Los políticos se merecen frecuentemente una altísima calificación en su nivel de estupidez porque suelen seguir una regla muy peligrosa, a saber, la de que hay que decir algo tan pronto como se pueda. Esto lo hacen porque confunden, si son muy necios, el interés general con su presencia ante las cámaras, y la verdad con lo que ellos gusten decir. Afortunadamente, el control de las epidemias está todavía en manos de los científicos, de modo que la hamburguesa ha sido desautorizada relativamente pronto, pero como buena estúpida ha dicho que había un peligro y hubo que atajarlo, y se ha quedado tan ancha, segura de que la solidaridad alemana frente a los juerguistas españoles constituirá un parapeto suficiente de su dañina memez. Pero no siempre los científicos pueden salir al paso de las necedades políticas: hay que imaginar lo que hubiera pasado con los pepinos, y con todos nosotros, si el asunto hubiera quedado exclusivamente en manos de según qué periodistas y/o televisiones, siempre dispuestos a desollar vivo a los sospechosos habituales, en Alemania los españoles, la gente del sur.
Las estupideces, se dicen y se hacen, y es frecuente que se hagan, precisamente por lo que se dice. Me referiré a otro caso reciente. El gobierno de Castilla la Mancha ha acusado al PP de exagerar las dificultades económicas, el nivel de desastre financiero, en que se encuentra la autonomía. Hasta aquí puede que haya cualquier bellaquería, o que no la haya, pero no hay, en principio, estupidez. La majadería comienza cuando para probar la irresponsabilidad del contrario se niega la información, y se procede a eliminar sacas de documentos con cierta celeridad. Se trata de una conducta ejemplarmente estúpida, porque nada bueno para ellos se va a derivar de este estrafalario sistema, y, además, nos causan un mal enorme a todos los demás. La prensa internacional, siempre dispuesta a encontrar un pepino en mal estado, ya ha dicho que Castilla la Mancha es la Grecia de las autonomías españolas. Habrá o no habrá agujeros contables en las cuentas de Barreda, pero su estúpida manera de reaccionar ante acusaciones supuestamente infundadas ha encendido todas las alarmas. Me parece que tampoco han andado muy finos los del PP a la hora de pegar sus gritos, porque, de tener fundamento, más eficaces habrían sido en el momento en que, tranquilamente y sin dar cuartos al pregonero, se pudiera denunciar el entuerto… y anunciar la solución.
Esto nos lleva, por derecho, a un tercer considerando. Los acampados y/o indignados parecen estar en fase de desconcierto, aunque nunca se sabe en qué pueda acabar un motín, pero un mensaje que han emitido con toda nitidez es que los partidos no se ocupan con interés de los problemas reales, los que padecen los jóvenes, y otros muchos más. El caso de Castilla la Mancha parece inventado para demostrar la rotunda verdad del diagnóstico. ¿Acaso no han terminado ya las elecciones? ¿Qué razones pueden tener los partidos para seguir enzarzados en lugar de ponerse a trabajar? De acuerdo con Cipolla, quien causa daño a un tercero, sin obtener beneficio, es un estúpido integral. La única manera de negar que los partidos hayan actuado de manera estúpida es suponer que tenga sentido continuar en campaña y, en este caso, los responsables de esta prolongación nada fácil de entender, estarían siendo los mayores estúpidos. Según Cipolla, los que están dispuestos a obtener un beneficio aunque sea a costa de causar daño a terceros no son estúpidos, sino malvados, de manera que tenemos dónde escoger.
Publicado en El Confidencial
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