Una nota sobre la política y la llamada crisis de valores

Tengo mis reservas sobre la conveniencia de sumar sin demasiadas precauciones los problemas morales y las deficiencias políticas. Creo que los primeros solo son aparentemente sociales y tienen una raíz indiscutiblemente personal, se dan en todas partes y no tienen un tratamiento político claro. Adicionalmente, esos problemas existen también en lugares y épocas en las que no hay problemas políticos como los que nos afectan, de modo que por pura lógica milliana deberían ser excluidos del análisis, aunque no se me ocultan dos cosas al respecto: la primera que es muy característico de ciertos tipos de conservadores hacer esa mezcla, un poco a la ligera, la segunda es que no niego que una política conservadora, de la que soy franco partidario, debería defender ciertas ideas morales, cosa que el PP ha tendido, insensatamente a eludir. Pero quiero insistir en que ese tipo de análisis moralista de la política me parece intelectualmente muy objetable, políticamente estéril, cuando no negativo, hablo siempre de debates públicos, no para hablar alrededor de una mesa de amigos cuando me parece casi inevitable, aunque también un poco cansado. 

Yendo a otros aspectos del problema, estoy de acuerdo con el análisis sociológico que distingue varios sectores distintos entre los conservadores, y hace hincapié en el hecho de que haya entre ellos serias divergencias  políticas (y de otro tipo, pero me interesan las políticas). Creo que ese es uno de los enormes errores estratégicos del PP desde su fundación y que nadie ha corregido nunca, la inexistencia de un debate interno imprescindible en una derecha plural, como lo es la española (sector católico conservador/autoritario, sector liberal/católico, sector liberal/laico, sector católico/socialdemócrata, sector conservador/tecnocrático/laico, y se podrían añadir más) que para simplificar podríamos dividir en solo tres áreas, la católica, la liberal y la tecnocrática. Pues bien, el PP no ha sido nunca consciente de que es necesario hacer política interior con ellas para llegar a soluciones inteligentes y que satisfagan un mínimo de las tres y ha tendido a confiar su dirección a un núcleo de «profesionales», trepadores de ocasión,  que pretenden explotar un carisma (en el sentido sociológico del término) con el que nunca han sido agraciados ni investidos, más allá del absurdo y ridículo sistema de investidura de la herencia fragiano-aznariana. Esta ausencia de una tensión política interior e inteligentemente tratada  ha hecho que tienda a predominar un posibilismo de vía estrecha que ahora está llegando a su más extrema caricatura, que reduce la política a una tecnocracia económica que se supone triunfará indefinidamente si las cosas van bien, olvidándose incluso del panem et circenses que tan bien maneja la izquierda, o, lo que es peor, continuando con el mismo panem et circenses de la izquierda, con un resultado previsible. Esa política trata de imponer de manera autoritaria una unidad absurda en el seno del PP y se traduce en la producción de un tipo de líderes maniqueos, oportunistas y cínicos que es lo que ahora abunda. Por si alguien no sabe a que me refiero, me bastará recordar a la secretaria general del PP quien pretende que sea un éxito político del PP el supuesto fracaso de Mas en Cataluña, y juega a que creamos que el soberanismo es solo la nube que trata de ocultar ese fracaso. Esta misma señora dijo en un debate reciente en la Fundación del Pino, creo recordar, que eso de la soberanía era cosa que había que manejar con cuidado, es decir que piensa y siente al modo zapateril. Estos políticos que no conocen ni siquiera el país al que pretenden servir (ni, por supuesto, su historia) son la quintaesencia de esa forma de hacer la política que solo ha podido triunfar, de manera transitoria, tras el ejemplo más demencial de izquierda desquiciada, y, desde luego, están llamados hundirse y hundirnos, salvo que se crea en los milagros imposibles de la macroeconomía, que no es mi caso. 

El PSOE, o la izquierda, son también plurales, pero están mejor articulados, porque hacen un cierto debate interno y no heredan ninguna tradición carismática, son algo más modernos, en esto, que los del PP que mandan. Eso explica que estando profundamente divididos y habiendo cometido errores gravísimos sean capaces de mantener un cierto tipo de unidad política que en la derecha no sabe lograrse. En el PSOE hay comunistas castristas, socialdemócratas e incluso vaticanistas, pero saben cooperar, debatir, poco de todos modos, y repartirse áreas de influencia, de manera que logran formular mejor políticas de mínimo común múltiplo, aunque, eso sí, insensatamente catalizadas por un odio visceral a la derecha. Yo creo, por cierto,  que este maniqueísmo  es una herencia sarracena que por supuesto funciona también en la derecha, lo digo porque ese fenómeno no se da de manera similar en los otros países católicos y latinos.

Esa falta de políticas inteligentemente consensuadas en el seno del PP mediante un debate habitual, que es inexistente y se sustituye por una fidelidad perruna a lo que diga Mariano, o Esperanza, hace que los electores de la derecha, no todos, pero sí muchos,  estén continuamente pidiendo nuevos partidos, como si eso arreglara algo, lo que no es sino una manifestación más de ese enfermedad del arbitrismo, tan vieja en España, y esa tentación anti-política que ya era muy poderosa antes y se incrementó con el franquismo. Todo ello sirve para fortalecer una de nuestras mayores debilidades, valga la paradoja, puesto que la querencia estatalista-socialdemócrata es potentísima, también en la derecha, y eso solo se cura viajando, que es caro y lento, y debatiendo, cosa que no se hace porque hay un sector muy amplio e instintivo en la derecha que recela  de las ideas, de los intelectuales (¿adivinan de dónde viene?) y que interpreta que la cultura y el pensamiento son peligrosos porque son de izquierdas, y así les/nos va. 

Creo que no hay otro remedio que reformar desde dentro el partido de la derecha, cosa que será lenta y difícil, pero cualquier otra solución será más lenta, más costosa y tendrá efectos incontrolables. Se que es muy jodido, pero nadie me ha pagado nunca para creer en el cuento de la lechera, aunque sea consciente de que éste mío también puede parecer de los hermanos Grimm.