Zapatero no podía seguir ni un minuto más



Zapatero, que se sabía íntimamente derrotado, llevaba ya un largo tiempo tratando de dignificar el final de su mandato. Su decisión, largamente postergada, de que no presentarse a las elecciones, ha sido un acto más en ese intento de encalar una trayectoria con un balance muy lamentable. Lo tiene muy difícil, porque quien ha sido, sin duda, el peor presidente de la democracia española, no logrará que la necesidad consiga disfrazarse de virtud. Zapatero no se va, le echamos todos los españoles, hasta los de su partido. Le ponen en la calle sus ruinosos resultados, sus ridículas políticas, su ademán sectario e iluminado, su revisión absurda y grotesca de la historia, y de la democracia, su delirante gestión de la crisis económica: eso es lo que le obliga a irse, por mucho que trate de disfrazar esa expulsión de la política como una dimisión voluntaria, como un sacrificio en aras de la felicidad de los españoles y del buen futuro de su partido. Si realmente fuera capaz de tamaña generosidad, se habría de ir mañana mismo, convocando urgentemente las elecciones generales, pero va a cometer otro error, que agravará las cosas, va a intentar gobernar sin ninguna autoridad, en solitario, porque ningún presidente de gobierno ha estado nunca tan aislado y desprestigiado como ahora lo está Zapatero.
Su soledad es fruto de sus errores, de su empecinamiento en ellos. Llegó a la presidencia tras una serie de carambolas, y envuelto en el suceso más triste y siniestro de la historia de España. Pretendió gobernar como si las palabras fueran suficientes, con una soberbia intelectual y moral absolutamente inmotivada porque, la verdad, de su boca no ha salido otra cosa que vaciedades presuntuosas, que necedades huecas. Se dedicó a dividir a los españoles, a expulsar a sus adversarios del recinto de la democracia, a modificar insensata y traicioneramente la Constitución, a tratar de convertir a asesinos confesos en concejales, y a presentar a políticos decentes como enemigos del pueblo, de la libertad y de la paz. Su idea de la democracia la aplicó también a su partido al que ha vaciado casi completamente de contenido: ha sido vergonzoso ver como viejos socialistas con un mínimo de consecuencia se han plegado a los dictados caprichosos de un líder tan imprevisible como huero. Ahora, en el momento más bajo de su popularidad, pretende convertirse en un estadista, hacer como si España fuese para él lo único importante. Pero la credibilidad de Zapatero está absolutamente arruinada y ya nadie puede esperar nada de él. Es una desdicha para todos que que el PSOE sea tan hipócrita, que sus colegas le aplaudan tratando de sacar algún rédito de la falsa grandeza del que simula un desprendimiento del que carece.
Insistimos: elecciones ya, el primer día que sea constitucionalmente posible, porque no tiene sentido ninguna otra alternativa con un presidente derribado y fuera de combate al que ya no le queda otra cosa que su exasperante tendencia al disimulo. Que nadie se engañe, la legislatura está completamente agotada y no podrá aprobar los presupuestos de 2012. Tendrá que convocar elecciones a finales de verano y, para ese viaje, mejor sería ahorrarnos a todos el desperdicio de tiempo y de razones que va a suponer una campaña tan artificialmente alargada.

Su discurso a los pares del PSOE demuestra que ni siquiera él cree ya en que exista ninguna oportunidad de remontada, de ningún brote verde: solo tierra quemada. Por eso anuncia su marcha, porque está convencido de que no hay nada que hacer, de que ha llevado a su partido al desastre, consecuencia lógica de haber perdido dos legislaturas casi completas, de haber conseguido empeorarlo todo: la situación económica, el desempleo, el equilibrio territorial, la estabilidad constitucional, la política exterior en la que ha sido un motivo continuo de mofa para los dirigentes del mundo entero, atónitos ante un personaje tan insustancial y fuera de lugar. Se va tras haber prolongado artificialmente la decadencia de ETA, apadrinando una negociación en la que ofrecía esperanzas que bordean la alta traición, enfangando al Tribunal Constitucional, a la Justicia, tras poner en la calle a asesinos que debieran permanecer a buen recaudo, tras ahondar nuestra dependencia energética, tras pagar cobardemente por rescatar a nuestros barcos de las garras de piratas de tres al cuarto, tras encabezar una pomposa y ridícula alianza de civilizaciones que culmina con la intervención de nuestros ejércitos en la vecina Libia, sin que nadie sepa explicarnos para qué demonios estamos allí.

Nos deja un buen reguero de cadáveres políticos a sus espaldas. Nadie sabe lo que dará de sí la jaula de grillos en que se va a convertir el PSOE, tan ayuno de razones como ebrio de ambiciones. No debería esperar la menor simpatía con su fingido gesto de desprendimiento, ni que el futuro le reivindique, porque España no puede permitirse otro presidente que haga bueno a esta pesadilla que pretende seguir un año más en la Moncloa.