Sobre las disculpas del Rey

Todo el mundo ha subrayado la valentía del Rey al aludir al episodio de Urdangarin, tan poco edificante. El Rey no es un español más, está por encima de nuestras diferencias y de nuestras querellas, precisamente para representar y garantizar la unidad indisoluble de la Nación en que se funda la  Constitución. Don Juan Carlos, que, de modo llamativo, apareció junto a un retrato en el que se le ve flanqueado por Rajoy y Zapatero, ha querido subrayar que, independientemente de lo que se pueda pensar de las distintas opciones políticas, él es el Rey de todos, y debe respetar a cualquiera de las formaciones que los españoles escojan para gobernar, tengan o no tengan acierto en su gestión porque representan la voluntad ciudadana en que se funda nuestra democracia. Su papel no consiste en decidir las fórmulas concretas para gobernar, sino en tratar de sumar voluntades, en acercar posiciones, en buscar avenencias, y en animar a todos a trabajar, a dialogar, a actuar  con altura de miras, rigor, patriotismo y entusiasmo.

El Rey se refirió a la necesidad de poner coto a la desconfianza que se extiende respecto a algunas de nuestras instituciones, y cómo ese problema solo se resuelve intensificando la ejemplaridad que es una exigencia pública de primer orden. A este propósito fue bastante transparente su alusión al caso que más directamente ha afectado a la buena imagen de la Monarquía desde su acceso al Trono, y lo hizo reconociendo la lógica del escándalo y el descontento de la sociedad  y recordando que nadie puede estar por encima de la ley.

La cuestión, que no ha de plantear, no el Rey, sino nosotros, es que los negocios de la familia real, del propio Rey, deberían  estar más sujetos a normas de lo que lo han estado, de esa laxitud que ha permitido que un yerno se pase veinte pueblos, supongo que creyendo que hacía lo que podía hacer, porque nadie le había dicho lo contrario y muchos se prestaban entusiasticamente al festejo. Si queremos Monarquía para largo, habrá que decirlo, será necesario que una ley establezca con absoluta y meridiana claridad lo que el rey puede hacer y en qué negocios puede y no puede estar. Bien está que el Rey recuerde que la Justicia se ha de aplicar a todo el mundo, pero hace falta que se sepa cuál es la que se le debe aplicar a él y a los de su Casa. De no hacerlo, será inevitable lo peor, que no haya dudas. 
Valor y precio